Clásicos de madrugada

Noche, alcohol y regreso a casa exigen su tributo en forma de disparatado banquete. Es algo tan común que el idioma inglés –siempre tan flexible– tiene una palabra para definirlo: munchies. El término se refiere a las comidas rápidas (patatas fritas, frutos secos, pizza, snacks, dulces, chucherías…) que tan bien nos sientan cuando volvemos a casa a las tantas –a esas horas venderíamos a nuestra madre por un bocadillo de lomo– y con un tiro en la pierna, vulgo borrachos, pero no tanto como para no devorar esas grasientas delicias que, unidas al sueño, dulcifican un tanto el infernal despertar resacoso.

Los munchies son también muy de porrero y en el mundo anglosajón se usan a menudo en el contexto del consumo de marihuana, que provoca un peculiar tipo de hambre, pero aquí correremos un tupido velo al respecto, al menos hasta que esto sea como Uruguay y el cannabis se despache bajo receta y en las farmacias.

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La cocina mediterránea también vive de noche, y por eso los borrachos españoles de vuelta al hogar disponen de un arsenal alimenticio mucho más variado, elaborado y sano que el de los anglosajones –alguno ha sido visto bebiendo ketchup en esa tesitura–, por poner un solo ejemplo de bárbaros gastronómicos.

La lista de manjares reponedores es larga, y rebosa de maravillosos sobrantes: filetes empanados (embutidos en un pan ya algo chicloso hacen bola, pero son lo más); enormes tuppers de ensaladilla rusa; tortilla de patatas bien fría; el relleno de las croquetas del día siguiente, cogido directamente de la fuente y con la mano (vale una cuchara); la carne del cocido (con grasa gelatinosa y todo); galletas María con Cola-Cao entre medias… Pero como “cauno es cauno y tiene sus caunadas”, hemos investigado el asunto y recabado testimonios sobre estas apresuradas comidas nocturnas.

C. J. T. (40 años) nos ha confesado por correo electrónico que de vuelta de sus actividades noctámbulas ha comido “botes de fabada de los de 800 gramos, pizzas descongeladas, bocatas de chorizo, latas de atún o caballa, sándwiches de Nocilla o de salchichón… El plátano también es muy socorrido en ese trance”. Este sufrido comedor nocturno ha llegado a padecer percances para satisfacer su necesidad, como atestigua una marca en su brazo derecho. “La culpa la tiene la televisión”, asegura. “Ese día habían echado un reportaje sobre Lucio en el que, cuando fríen los huevos, les dan la vuelta en la sartén con un movimiento de muñeca. No es recomendable hacer eso con la sartén llena de aceite y estando pedo”, concluye.

Fabada de bote

Fabada de bote

S. P. G es una periodista de 34 años que pasó unos meses trabajando en Galway (Irlanda), una ciudad universitaria en la que regresar a cuatro patas a casa es la norma (allí no ponen ni unos panchitos con las pintas). Nostálgica del embutido charro de su madre salmantina, S. acostumbraba a hacerse tras las juergas lo que bautizó como “sándwiches de depresión”. Es decir, “dos rebanadas de pan, y en medio una torre de lonchas de cualquier tipo de fiambre que hubiera a mano”. S. nos relata también las hazañas de algunos de sus amigos, entre ellos un tal J., que rezaba por que hubieran sobrado lentejas y pan. De ser así, en el silencio de la madrugada practicaba un agujero en la barra de pan y por él vertía las legumbres, hasta conformar un bocadillo que enloquecería al cocinero manchego de Master Chef. Nuestra informante no olvida a sus colegas “los gemelos”, tan unidos en la vida como en las copas y las recenas: antes de irse al sobre se preparaban mesopotámicas ollas de arroz blanco y pasta de las que daban buena cuenta.

Bocadillo de lentejas y salchichón

Bocadillo de lentejas y salchichón

L. O. (54) es un veterano profesional liberal que en sus tiempos de fumeta llegó a comerse la mayonesa de bote a cucharadas tras una buena sesión de maría y tercios de Mahou. Y para terminar, hemos querido pulsar el sentir de aquellos que tienen la más alta responsabilidad –enseñar a nuestros hijos–, quienes tampoco se privan de su ración de clásicos nocturnos, pero con fundamento. J. M., un treintañero profesor de secundaria afincado en un pueblo de Guadalajara, refiere que uno de sus compañeros se preparaba una fuente de migas antes de retirarse a dormirla, y nos relata el caso de un tipo al que conoció, un individuo de muy buenas costumbres que, llegado a casa en un estado algo dudoso, gustaba de meter una pata de cordero en el horno, acostarse y levantarse justo a tiempo de apretársela. Mano santa contra la resaca.

Si quieres conocer lo que se come por ahí a las 3 de la mañana después de una buena cogorza no puedes perderte este vídeo.

Photo: El armario de Emma, Agencias.


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