Un bodega entre dos ríos

No seré yo quien descubra ahora la historia de los vinos gallegos. Es un tema amplio y variado sobre el que se han escrito miles de páginas. Hay documentos que hablan de algunas de las zonas productoras, como O Ribeiro, al menos desde el S.X, así que en líneas generales podemos decir que es un tema conocido y bien estudiado. Y sin embargo todavía quedan zonas vinícolas gallegas sobre las que se ha escrito poco y en las que es posible encontrarse con auténticas sorpresas.

Es el caso de la Península do Barbanza, esa barrera geográfica natural que se adentra en el Atlántico, justo al norte de la separación administrativa entre Pontevedra y A Coruña y que marca de algún modo el límite climático entre las Rías Baixas, más cálidas, y esa zona de transición, con más vientos y menos horas de sol, que enlaza con la Costa da Morte.

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O Barbanza se eleva casi 700 metros directamente sobre la Ría de Arousa, con pendientes impresionantes y valles protegidos de los temporales. Su vertiente norte, más fría, apenas cuenta con viñedos, pero el sur, que mira cara a cara a la zona de Cambados, corazón de la D.O. Rías Baixas, tiene mucho que ofrecer en ese terreno. Es una zona llena de leyendas, de historias de piratas, de ataques vikingos, de saqueos a monasterios. Alguna vez escuché que las primeras cepas de Albariño plantadas en la comarca fueron fruto de un saqueo a las tierras del monasterio de Armenteira. Supongo que no hay mucho de cierto en la historia, pero ayuda a meterse en ambiente.

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Hace unos años el gobierno creó una nueva demarcación vinícola: Vinos de la Tierra de O Barbanza e Iria y esta pequeña península quedó enmarcada de lleno en ella. Hoy son sólo tres bodegas las que producen vino en la demarcación, por lo que sigue siendo uno de los territorios vinícolas menos conocidos de Galicia. Y eso a pesar de que sus peculiaridades lo convierten en un lugar único, una zona que comparte castas y rasgos climáticos con Rías Baixas pero la que hay ya matices diferenciales; una zona con valles escarpados en los que la insolación veraniega es muy elevada y con zonas abiertas a la influencia atlántica en la que se producen pocas uvas, aunque de características muy especiales.

Se trata de un territorio tradicionalmente centrado en los vinos blancos, pero en el que los tintos, esos que se ha dado en llamar tintos atlánticos, tienen un potencial que todavía tenemos que explorar. Y aquí, en uno de esos valles que se adentran en la sierra, al final de una de esas pequeñas carreteras que serpentean por el bosque, se encuentra la Bodega Entre Os Ríos.

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Hay que llegar a A Pobra do Caramiñal y desde allí ir subiendo, al pie de los grandes miradores de la sierra, en dirección a Aldeavella, hoy abandonada. Un cartel de madera indica la desviación y, aunque por momentos dudes, durante la bajada, lo cierto es que allí, justo en el lugar en el que seguramente habrás pensado ya un par de veces “no puede ser por aquí”, está la bodega, instalada en un grupo de antiguas casas rehabilitadas construidas justo en la confluencia de dos pequeños torrentes de montaña, el Pedras y el Salgueiros.

Es un lugar encerrado entre dos laderas rocosas, una especie de caldera natural en la que la humedad ambiente es siempre mucho más alta que en el resto de la zona y en el que, en verano, las temperaturas suben, al amparo de la sierra, creando las condiciones ideales para el crecimiento de la uva.

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Allí los Crusat, una familia originaria de la zona que por motivos laborales vivía en otra zona de Galicia antes de embarcarse en esta aventura, decidieron hace unos años meterse en esta rareza, en un proyecto vinícola en una zona que, por entonces, no contaba con ninguna figura de protección legal aunque, todo hay que decirlo, si que tenía una tradición centenaria de elaboración de vinos y aguardientes. Allí levantaron un pequeño establecimientos rural y una bodega de dimensiones muy modestas que, poco a poco, fue haciéndose un nombre entre los apasionados del vino.

Hoy Entre os Ríos cuenta ya con toda una serie de galardones y está amparada dentro de los Vinos de la Tierra, aunque el espíritu que se respira allí abajo, justo donde parece que la carretera no podría bajar más, sigue siendo el mismo. Altares de Posmarcos, la primera referencia que pusieron en el mercado, es hoy un vino que puede encontrarse con facilidad en las tiendas especializadas de toda Galicia y en la carta de varios restaurantes. Y aunque es un vino que ha sido acogido con calidez por parte de los enófilos gallegos, los Crusat no se paran ahí.

Estas últimas semanas José, el hijo de los fundadores, me hablaba del trabajo que están llevando a cabo con la variedad Raposo, una uva autóctona que se está recuperando en estos últimos años y que en la zona parece demostrar un potencial especialmente interesante. Ahí está, para mí, la clave de esta bodega. En la recuperación de variedades y métodos tradicionales, en la explotación de su hecho diferencial. O Barbanza es una zona muy peculiar, batida por los vientos atlánticos, y Entre os Ríos es, dentro de O Barbanza, una rareza, un proyecto de dimensiones reducidas pero de carácter pionero en el que se están fraguando cosas muy interesantes.

Adegas Entre os Ríos
www.entreosrios.com

Fotos: César Crusat


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