Allariz, secreto de la cocina gallega de interior

Allariz no es uno de los grandes destinos turísticos de Galicia, aunque tendría que serlo. A un paso de la autovía Vigo-Madrid, a 15 minutos del centro de Ourense, apenas a hora y media desde algunas de las ciudades de la meseta occidental, conserva un pequeño casco históricos reconocido con el Premio Europa Nostra de rehabilitación en el que aun hoy es fácil, paseando por las calles peatonales empedradas, tener la sensación de un viaje en el tiempo.

La parte histórica es relativamente pequeña, aunque ocupa buena parte de un casco urbano de poco más de 2.000 habitantes. En ella hay una sorprendente cantidad de iglesias románicas, de pequeños museos y de casonas rehabilitadas. Allariz es, además, uno de los destinos rurales gallegos con una oferta más variada de alojamientos de todo tipo. Pero aunque todo esto haga por si solo que una visita valga la pena, creo que la gastronomía es uno de los grandes atractivos del pueblo, uno de esos que no suelen destacar las campañas turísticas pero que, sin embargo, hacen que siempre te marches de allí con el maletero lleno de especialidades difíciles de encontrar en cualquier otra parte.
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Allariz se encuentra en el valle del río Arnoia, famoso por sus pimientos, y muy cerca de la comarca de A Limia, de donde según muchos salen las mejores patatas de Galicia. Su ubicación en el corazón de la provincia de Ourense hace que aquí se mantengan muy vivas las tradiciones relacionadas con la matanza del cerdo y con los embutidos tradicionales. Chorizos, salchichones, jamones pero, sobre todo, especialidades más difíciles de encontrar en otras zonas, como los chorizos de cebolla o de calabaza. Y los vinos de O Ribeiro y de Monterrei, denominaciones que están a pocos kilómetros, están presentes en la carta de cualquier taberna del centro.

Si le preguntásemos a algún gallego de otra zona sobre especialidades alaricanas, seguramente nos contestaría hablando de dulces, porque es cierto que por influencia del convento que corona la Villa Allariz cuenta con una enorme tradición de almendrados, que son una auténtica perdición, ligeros y sabrosos, pero también de las llamadas roscas do cazo, almendras de picos, torta real o melindres. Motivos más que de sobra como para que los golosos planeen una excursión al pueblo.

La zona centro es conocida por su ambiente de vinos y de tapeo. En esa parte del pueblo yo me quedo con O Pepiño, una antigua taberna recuperada en la que tomarse un buen tinto de Monterrei acompañado de una estupenda ración de empanada.
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Sin embargo, el gran atractivo gastronómico de Allariz está, para mi, en su zona rural y se convierte en un pretexto para diseñar una ruta que combine paisajes y gastronomía. En la zona de O Rexo, a unos 4 km. del casco urbano, el ayuntamiento diseñó lo que denominaron como Eco-espazo, un lugar en donde crían ovejas de raza latxa, las mismas cuya leche se utiliza en el País Vasco y Navarra para elaborar el queso Idiazabal, que pastan libres entre rocas y árboles pintados por el artista Agustín Ibarrola. Con su leche se elabora uno de los poquísimos quesos de oveja de Galicia, el Queixo do Rexo. Tenéis que probarlo.

Hacia el sur, en la aldea de Torneiros, se encuentra Ecoleia, una de las pocas empresas lecheras de Galicia que trabajan con leche cruda y ecológica. Y algo más adelante, monte arriba, el ayuntamiento mantiene una zona de cría en libertad para vacas limiás, una raza autóctona de la zona que hace apenas unos años estaba en peligro de desaparición y que hoy cuenta allí con su mayor reserva genética.

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Si la visita se hace un sábado, hay que recordar que por las mañanas se celebra a orillas del río, en la parte baja del pueblo, el Mercado da Reserva da Biosfera, donde agricultores y artesanos locales ofrecen productos de todo tipo: desde crepes recién elaboradas a setas secas, embutidos procedentes de un pequeño fumeiro local, verduras recién recogidas, castañas en temporada, dulces caseros o un licor de bayas de saúco que, al menos para mi, justifica de sobra el viaje. Después siempre podemos volver a la plaza y terminar la jornada con una ración de ternera limiá estofada y un buen vino de la provincia. O dos. Y cerrar la comida con un licor de Zirall, la marca local que trabaja con recetas centenarias. Pocos pueblos de este tamaño ofrecen tantas alternativas gastronómicas. Pocos, como Allariz, te dejan siempre con ganas de volver.
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