Había leído que en Portugal se mantenía la tradición de la xábega, una forma de pescar arrastrando las redes desde la playa que durante siglos se usó en toda la fachada atlántica. De hecho, había visto incluso, antiguas postales en las que las enormes redes eran arrastradas desde la orilla por bueyes. Pero creía que era algo desaparecido o que, con suerte, se reproduciría en fiestas folclóricas para que los turistas pudieran sacar la foto de rigor antes de volver a sus casas.
Pero, como pasa casi siempre en Portugal, la sorpresa salta cuando menos te lo esperas. Si siempre es recomendable optar por las carreteras secundarias y dejarse llevar por un mapa en papel y una buena dosis de intuición, en aquel país tendría que ser obligatorio. Volvíamos de Lisboa hacía el norte haciendo uno de esos recorridos improbables que van uniendo puntos apetecibles del mapa de una forma más o menos lógica y algo nos dijo que sería buena idea parar a tomar el sol en una playa.
La fachada atlántica portuguesa es, a lo largo de prácticamente mil kilómetros, una inmensa playa punteada, aquí y allá, por un cabo rocoso, una ciudad o un puerto de pescadores. Siempre resulta difícil escoger un sitio en el que parar entre tanta duna, tanto paraje protegido y tanto arenal infinito, así que pusimos el dedo en el mapa y salió Praia de Mira.
LEJOS DE TODO
Praia de Mira es un pueblo de veraneo, pero eso, fuera de temporada, no es demasiado importante. Apenas una avenida principal con algún hostal y varios restaurantes en el medio del paisaje dunar. Las carreteras nacionales quedan lejos, las autopistas todavía más. Incluso las principales ciudades de la región, Aveiro y Coimbra están a más de 30 km por carreteritas imposibles. Perfecto.
Llegamos a primera hora de la tarde, con un sol casi de invierno que, pese a todo, invitaba a tirarse en la arena. Las olas –en esta zona se han medido olas de más de 30 metros, las más altas de Europa- estaban relativamente tranquilas y sólo alguna pareja disfrutaba de una agradable paseo por la orilla.
Nos dimos cuenta de cómo, poco a poco, alguna gente se acercaba a un punto concreto donde dos hombres, ya mayores, parecían vigilar el mar. Más allá, a un par de cientos de metros, otra pareja miraba también mar adentro. Tardamos en darnos cuenta porque las distancias son mucho mayores de lo que había imaginado y porque ya no hay parejas de bueyes sino tractores, pero estábamos asistiendo a una xábega.
LA PESCA TRADICIONAL
En algún momento, a una señal que no supimos ver, todo empezó a ponerse en marcha. Los tractores encendieron los motores y, de pronto, aquellas dos parejas de pescadores se habían convertido en seis, en ocho, en doce… Cerca de 30 personas se afanaban alrededor de los enormes cabos que se hundían en las olas intentando que no se enredasen, que salieran limpios del agua y que mantuvieran la dirección.
Tras unos 20 minutos, los extremos de una red gigantesca empezaron a salir del agua. Quince minutos más tarde reposaba en la arena explotando de brillos plateados. Sardinas, rayas, lubinas, sargos, peixes porcos y jureles se amontonaban en la orilla. Inmediatamente, sin que hicieran falta órdenes, empezó el trabajo de clasificación: pescados menudos a una caja, piezas más interesantes aparte, clasificadas por especies. Los ejemplares más menudos que caían en la arena eran desechados por los pescadores y aprovechados por alguna gente mayor del pueblo que, poco a poco, iba llenando cubos con esos descartes.
PRECIOS DE OTRO TIEMPO
Y cuando estuvo todo en orden y la red recogida, en apenas diez minutos desde que ésta había salido del agua, empezó la subasta. “¿Quién quiere esta raya?” Decía un pescador mientras la pieza todavía se movía en sus manos. “Diez euros ¿Nadie la quiere por diez euros?”. La gente curioseaba, tocaba y preguntaba. “La pareja por 15 ¿Nadie se los va a llevar por 15?”. Precios de otro tiempo para pescados frescos como rara vez se ven.
Allí se vendieron los mejores ejemplares antes de llevar las cajas a la lonja. De la misma manera que siempre se ha hecho cuando las mareas coinciden y el clima lo permite. De la misma manera que, según supe después, se sigue haciendo de vez en cuando también en la Gafanha da Boa Hora o en Figueira da Foz. La xábega no es sólo una forma de vida en algunos pueblos. Es, además, un espectáculo que vale la pena aprovechar mientras se siga practicando.
Fotos: Jorge Guitián
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