Sergio Montoya es un escultor de formación académica, licenciado en Bellas Artes, con estancias en la Accademia di Belle Arti di Bologna o en la Escuela del Mármol de Andalucía; un artista con más de 15 años de carrera a sus espaldas que ha participado en una veintena de exposiciones –entre individuales y colectivas- por toda España y cuya obra se encuentra en colecciones públicas y privadas.
Sin embargo, pese a esa formación académica, Sergio es un artista que ve más allá de los límites de la escultura clásica; es alguien que ha investigado el mundo de la escultura efímera con éxito (fue autor del ninot indultado de las Fallas de Valencia en 2014) y que ha lo largo de su trayectoria ha querido romper las barreras entre lo académico y lo popular, entre las técnicas de la alta escultura y las de otras artes consideradas menores y que, también temáticamente, ha buscado experimentar con conceptos y con temáticas que van más allá de lo que ha sido habitual en la escultura más convencional.
De esa curiosidad por explorar los límites de lo establecido y de su interés por el mundo gastronómico y en concreto por la vanguardia culinaria española nace una serie de obras, que ha agrupado bajo el nombre Gastroescultura, en las que la cocina, la materia prima y los alimentos son mucho más que un simple pretexto.
Si casi siempre hablamos de estética en relación a platos y elaboraciones, por una vez podemos, a través de la obra de Sergio, darle la vuelta a la tortilla y hablar de cocina a partir del mundo de la creación estética; si es siempre la cocina la que busca acercarse al mundo de la creación artística ¿Por qué no acercarnos desde esta a la investigación estética de lo que llega al plato?
Ese es el enfoque de esta serie de obras de Sergio, un trabajo que explora ingredientes y elaboraciones para considerar sus aspectos plásticos pero que va más allá de lo puramente visual. La cocina es, también, textura y es ahí, en el mundo de lo matérico, de lo palpable, donde tal vez la investigación acerque mejor ambos mundos. Materiales tradicionalmente escultóricos, inertes, intentan traducir a lenguaje plástico las superficies, el tacto o la incidencia de la luz sobre esos otros materiales que son, al fin y al cabo, los diferentes ingredientes.
La uniformidad brillante de la piel de una gamba, el aspecto casi labrado en madera de unos filetes de caballa dentro de una lata, el aspecto cromado de la concha de un mejillón, una carne a la brasa muy cocinada, como madera quemada… pensándolos en términos de textura no son pocos los ingredientes que se pueden prestar a este juego.
Pero no hablamos únicamente de traducir texturas de un material a otro, no es un ejercicio de mímesis sino algo mucho más interesante: la obra de Sergio busca traducir a materiales escultóricos la esencia de un plato o de una receta. Se trata de rememorar, a través de su textura, aspectos gustativos, todo el entramado de recuerdos que cada uno de nosotros asocia a sabores y aromas.
Para ello, el escultor trabaja básicamente dentro del imaginario de la cocina mediterránea. En su propuesta hay pulpos, caballas, mejillones, embotados, carnes a la brasa. Iconos que en nuestra cabeza funcionan como resortes que abren la caja de las memorias y que en su obra son capaces de verse transportados a formas duraderas y a una escala que nunca antes habían conocido.
Me parece fascinante ese esfuerzo por aproximar dos mundos, el de las artes plásticas y el de la cocina, tan alejados pero con tantos puntos en común. La exploración de la gastronomía gana, así, mayor profundidad y nos demuestra que al final la cocina es algo más que lo que llega al plato: es recuerdos, es evocación, es memoria. Todo eso es lo que Sergio Montoya trata de capturar en sus trabajos de gastroescultura y por eso, precisamente, vale la pena darle un vistazo a sus propuestas.
Al preparar este artículo se nos ha hecho la boca agua con:
Sergio Montoya
sergiomontoy@gmail.com
Sergio Montoya
33 Comentarios