Hace cuatro años yo no sabía ni que existían las cervezas artesanas. Así de claro lo cuento. Para mí, como para buena parte de la gente que conozco –y eso que somos beodos vocacionales- la cerveza era lo que bebías cuando querías agua, pero con alcohol.
La expansión de la cerveza artesana, a falta de una palabra mejor, podría calificarse de viral: primero se aficionó un amigo, quien nos llevó a una tienda especializada con bar, lejos del centro de Barcelona, un lugar con señores barbudos –antes de que las barbas fuera cosa de hipsters-, botellas entre las que no sabíamos elegir, y misteriosos artefactos que lo mismo parecían poder preparar una bomba casera que cinco litros de fermentado de malta. Pero nos sentamos y bebimos. Recuerdo una frase que nos dijo mi amigo: “Por el precio de la mejor cerveza de este bar, no tienes un vino de calidad comparable”. Y era cierto.
Han pasado cuatro años desde aquello, y que la cerveza artesana se ha convertido en un “boom” es una verdad aceptada. Marcas, elaboradores, catas, sumilleres, aficionados… Pero la cerveza, a diferencia de lo que ocurre con el vino, es a veces todavía un producto ignoto. Tenemos las IPAs, esas cervezas de pasado más colonial que la ginebra, que forjaban su carácter en el largo viaje que las llevaba de Gran Bretaña a la India, los bitters y los ales, el universo belga (insondable, inacabable, si el Papa Francisco vendiera bien lo que los monjes belgas por la humanidad, nunca le faltarían creyentes), y las stout y los barley wines, esas cervezas contundentes como trailers de tres ejes y una profundidad de sabor que haría llorar a Jacques Costeau.
Y por tercer año, el Barcelona Beer Festival se llenó con gente que quería eso mismo: cervezas de las otras, de las difíciles de encontrar. Muchos niños –inolvidable el momento en que un japonés mojó su meñique en una pinta y le dio a probar a su hija, que apenas andaba, un poquito-, modernos (más que otros años), jeviatas (menos que otros años), ruido y risas. En esta edición, el BBF ofrecía un nutrido programa cultural que por, llamémosle impoderables -¡ponme otra!- no pudimos apreciar del todo. El cervecero italiano Teo Musso, de Birra Baladin, llenó el auditorio cual rock star para hablar de su exitoso proyecto. Creo que en su historia, de pasión, tenacidad y estrategia a largo plazo, se quieren reflejar muchos de los proyectos que se están iniciando en el país. Proyectos pequeñísimos, a veces, y otros con clara vocación de Dominación Global Mundial ™. Por todos ellos brindamos.
Photo: Jordi Bertran Hermosilla, My Travel Thirst.
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