Pordenone no es una ciudad turística. Aunque conserva cierto encanto, tiene la mala suerte de estar justo entre Venecia y los Alpes Dolomitas, no muy lejos de Trieste, de Pádua, de Vicenza y en la vía principal hacia Austria, así que tradicionalmente se ha quedado en un segundo plano. Lo bueno de ese rol secundario es que ha conservado perfectamente su ambiente, ese aire de pequeña capital de provincia (apenas 50.000 habitantes), con pocos turistas, con un comercio pensado esencialmente para el público local y con la ventaja añadida de tener todos esos lugares que mencionaba más atrás a menos de una hora en coche.
Mi pareja es de Pordenone, así que he podido conocer bien la ciudad. No hay mejor manera que hacerlo de la mano de un nativo, ir con él –con ella, en este caso- a tomar un vino, visitar las pequeñas tiendas de alimentación, enterarte de cómo se desayuna allí… Porque el desayuno, aunque muchas veces no lo pensemos, es uno de los grandes rasgos gastronómicos de cualquier lugar. Pensemos en cómo se desayuna en Oviedo, en Sevilla, en Valencia o en Palma y nos daremos cuenta de que, aunque no solamos darnos cuenta, es desde esa primera comida desde donde empiezan las diferencias gastronómicas. En Pordenone se desayuna, si se hace en cafetería, un capuccino y un cornetto, que es como se llama allí el croissant. Sencillo, sí, pero qué capuccino y qué cornetto.
Me voy por las ramas. Pordenone sigue teniendo, como decía, ese aire de capital provinciana. Venecia está a 90 Km, Udine incluso a menos, pero para el día a día la gente no se desplaza tan lejos. Así que hasta el centro de la ciudad se acercan vecinos de los pueblos cercanos a las compras cotidianas. Y por eso el mercado semanal sigue estando tan vivo.
Si algo me sorprende siempre de los mercados italianos es la variedad de verduras. No es que aquí no se encuentren, ni mucho menos, pero es cierto que allí tienen un mayor protagonismo: ocupan un mayor porcentaje de los puestos, diría que por lo general la diversidad es mayor y, aunque no lo sea, muchas de las variedades aquí no son nada fáciles de encontrar. Cosas de la distancia, que aunque no sea excesiva marca las diferencias, pero también de las costumbres. Y si hablamos de verdura e Italia hay que hablar del gusto por los amargos.
En España no somos grandes consumidores de verduras amargas. Es cierto que se comen alcachofas y cardos, aunque estas especies tengan ese tono amargo bastante controlado, y que hay zonas que hacen de algunas verduras en las que predomina ese sabor un estandarte culinario. Es el caso del grelo en Galicia o de la tagarnina en zonas como Cádiz o Sevilla. Pero por lo general no son un tipo de vegetales que nos vuelvan locos.
Allí, sin embargo, la cosa cambia. Las alcachofas se encuentran de diferentes variedades, pero también las achicorias, el radicchio, que en aquella región, en el nordeste italiano, tienen especial fama. En temporada se encuentran al menos las tres variedades principales: el de Chioggia, que es el que solemos encontrar en el España, el de Verona, algo más al este, y el de Treviso, que está apenas a 40 km. y que a mí me parece especialmente delicado. Achicoria, catalogna, rúcola, diente de león, escarola, puntarelle ya listas para consumir, etc.
Podríamos seguir con la familia de las coles y las berzas, también estupendamente representada y que, ahora que vamos entrando en temporada fresca, aparece cada vez con más frecuencia y con mayor variedad en las cajas de los verduleros. Da gusto ir callejeando entre repollos de varios tipos, berzas, acelgas o cavolo nero, que es un tipo de repollo de hoja oscura, muy rizada, suelta y ligeramente amarga.
No me hacen falta más pretextos que mi gusto por el amargo para dejarme llevar. La última vez acabamos con una cesta encima de la mesa que parecía más un centro de flores que el material base para la cena. Pero si hiciese falta algún argumento más diría que esos sabores vegetales amargos suelen estar vinculados con polifenoles muy saludables y no excesivamente presentes en nuestra dieta.
En todo caso, incluso si prefieres los sabores más delicados, el paseo por el mercado es una delicia. Además de verduras abundan los puestos de embutidos, algún queso, panes locales. Pero si levantas la vista verás que aquí y allá hay detalles de arquitectura veneciana que enmarcan la escena, frescos en los muros de las casa, alguna calle porticada. Y allí mismo, sin alejarte mucho, puedes acabar el recorrido en una taberna, con una jarra de vino de la zona o una copa de alguno más especial. No hay mejor manera de rematar una mañana de paseo por el mercado.
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