Desde el siglo XVI, el Aljarafe sevillano fue lugar de haciendas repletas de viñedos, olivos y frutales que crecían en esta feraz tierra, cuyo clima contribuyó desde muy pronto a la elaboración de excelentes vinos. Del Aljarafe es un célebre mosto que en el otoño se reparte con generosidad por los bares tradicionales de la ciudad; en Umbrete (Sevilla) hay incluso una feria del mosto. Nos acercamos a Villanueva del Ariscal, en el corazón del Aljarafe donde se haya una de las bodegas con más solera de esta tierra. En Bodegas Góngora nos recibe el actual propietario, la séptima generación de viticultores, al que acompaña su hijo, Ignacio Gallego Góngora.
El padre, que lleva dedicado a la bodega casi cincuenta y cinco años, nos guía con amabilidad desmedida por la bodega ofreciéndonos interesantes explicaciones: “En la bodega trabajamos con materia viva”, nos dice refiriéndose a las madres de los vinos, la matriz de donde salen los buenos generosos, como el amontillado imperial que ha dado fama a la bodega. Se elabora con uva garrido fino, de menos rendimiento que la palomino que se utiliza en Jerez que da lugar a excelentes vinos. Sin embargo, durante la crisis del jerez, allá por los años setenta, la lucha de precios, que se cebó con las bodegas pequeñas, obligó a cambiar la estrategia de producción y Bodegas Góngora comenzó la elaboración de vinos blancos, que fueron sustituyendo a los vinos generosos.
LOS GENEROSOS DAN PASO A LOS BLANCOS
Así comenzó la producción, a finales de los años setenta, de lo que parece el emblema de la casa: el vino Señorío de Heliche, elaborado casi por completo con garrido fino a la que se añade un poco de moscatel. Se trata de un vino afrutado, de color amarillo pálido y con un dulzor que agrada al paladar; un vino excelente a la hora del aperitivo o para acompañar a mariscos y pescados. El criterio de los propietarios, además de hacer hincapié en la exportación, ha sido la elaboración de nuevos tipos, como el vino de naranja (tradicional en la zona) o el novísimo vino de chocolate, que está teniendo, según nos comentan, una excelente acogida en el mercado sevillano.
La bodega, que ha sido declara bien de interés cultural con categoría de monumento, conserva todo el sabor de la tradición, pues su identidad permanece ligada a la familia. Ciertamente, la globalización les afecta, pues una bodega de este tamaño, cuya producción se aproxima a los dos millones de litros, sólo con mucho esfuerzo y dedicación puede competir con las grandes corporaciones. Los quince trabajadores que hacen posible el funcionamiento de esta bodega no se doblegan, sin embargo, y han comenzado a promocionar sus productos en el exterior: Alemania, Suiza, Italia, Estados Unidos y en el complicado mercado chino.
Bodegas Góngora merece una vista: perderse entre sus antiguas barricas de roble americano, por sus patios y jardines y acercarse a ver la gran prensa de hatillo y quintal, que data del siglo XVII y cuyas vigas son de madera precolombina. Los grandes tornillos son de un ébano muy denso—hoy una madera protegida—y siguen ahí, bajo los grandes arcos dando testimonio de la continuidad de una tradición vitivinícola.
Fotos: Ernestina Causse
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