Karra Elejalde, el reciente galardonado con el Goya al mejor actor de reparto lleva más de 50 películas a sus espaldas, por ello reivindica, con razón, que antes de interpretar a Koldo en 8 apellidos vascos hubo muchos otros grandes personajes. Es un puro nervio, de mente rápida y verborrea cautivadora. Le gusta la confusión conceptual entre «interpretar» y «jugar» en algunos idiomas (quizá porque justamente ese sea el espíritu con el que encara los proyectos) y reconoce que esa es la dicotomía que impera en su cocina.
Ha sido Koldo en la película más taquillera de la historia del cine español, pero también Juantxo en Airbag, Héctor en Los Cronocrímenes, Mariano Romero en Año Mariano, Antón y Colón en También la lluvia, «Manitas» en Acción Mutante… Todos ellos nos consiguen embriagar, pero en realidad es Karra con quien compartiríamos una tarde de pintxopotes, una sobremesa de gintonics o un banquete a base de chuletones, tal y como hicimos hace unas semanas cuando le coronaron en Sagardi «Txapeldún del Año».
¿Cocinas? ¿Qué cocinas?
Sí, cocino de todo. De niño tuve la suerte de criarme en un restaurante que se llamaba Nafaroa y que tenían mis ‘aitas’… Hasta los 14 años, momento en el que decidieron que nos ibamos de Guipúzcoa a la capital de Álava, Vitoria, de donde era mi madre. Y allí montó una pescadería en la calle Cuchillerías, una calle emblemática para los ‘poteadores’ y gente de mala vida.
Estando rodeado de tanta gastronomía de pequeño, ¿nunca te picó el gusanillo por dedicarte a la restauración?
No, ¿pero sabes qué es lo que pasa? Yo tengo una teoría, que quien tiene morro fino tarde o temprano acaba cocinando. Y yo soy de morro fino. Yo tengo un cerebro de izquierdas, pero tengo un cuerpo de derechas.
Eso suena muy montalbaniano…
No, qué va, eso es de uno de los discípulos de Dario Fo, que se llama Bisio, que lo explicaba en un sketch.
¿Qué ingrediente no falta nunca en tu cocina?
Ajo, cebolla y pimiento verde.
¿Te basas en libros de cocina o en la tradición familiar?
Me baso en la creatividad, me baso en el ‘jouer’, en el ‘play’, en el interpretar y en el juego. A veces me equivoco…, pues bueno, lo tiro, a tomar por culo. Me encanta la cocina, pero hay que ser un poco sota, caballo, rey. Por ejemplo, no echo nunca el tomate a un sofrito hasta que el ajo y la cebolla están bien pochaditos.
¿Es la cocina el mejor sitio donde conspirar y compartir?
No, es el baño. En el baño hay espejo, en el baño hay esas reuniones que no pueden ver los niños, indudablemente conspirar…En la cocina está el ‘boss’ casi siempre, y luego sus ayudantes, que siempre son chivatos en potencia. El baño es el lugar.
¿Dónde se mide mejor la temperatura social, en el mercado o en el bar?
Tanto el bar como el mercado son lugares donde los hombres y las mujeres pueden testar lo que sucede a nivel social y mundial. Lo veo al 50%.
¿Tienes algún cocinero como referente?
Karlos Arguiñano es el gran embajador. Quizá no le hayan dado tantas estrellas Michelin como a otros, como a mi amigo Juan María Arzak o a mi amigo Martín Berasategui… Todos ellos son amigos, de verdad, los conozco a todos y les quiero mucho, pero Karlitos es el que ha sabido olvidarse de hacer negocio y ha sabido llevar la cocina de obrero para obrero, barata, rápida… El mejor, además me ha producido dos pelis, un amigo, un compañero, un embajador, un tío que ha sabido transmitir la parte más elemental de la cocina.
¿Viajas con un fin gastronómico, para conocer algún restaurante en concreto?
No, no tengo tiempo. La gastronomía es importante en todo vasco, creo que la gula es el pecado capital por el cual todos los vascos acabaríamos en el infierno. Pero no hasta el grado de gastar más dinero en ir a un restaurante que lo que me cuesta ese restaurante. Todo mola en su justa medida. Somos piratas hasta cierto punto. Hay gente que come porque tiene que comer, porque sino te mueres y hay gente que tiene gusto. Cuando llega la hora de comer, si tienes morro fino no dices: «bueno, me vas a poner una pechuga de pollo, una sopa de fideos y así cumplo y no me muero». No, tío, no puedes comer para no morir, ¡no seas triste!
En las sobremesas, ¿mejor el gin tonic o el patxarán?
Gin tonic, sin duda, no tengo nada contra el patxarán: ¡Vivan los navarros, que son cojonudos! Pero para los vascos, y sobre todo los guipuzcoanos, los giputxi que llamamos nosotros, es el mejor postre.
¿Qué responsabilidad gastronómica tienes ahora que eres Txapeldún, legado que recoges tras Jordi Évole, Andreu Buenafuente y Mikel Urmeneta?
No asumo ningún riesgo gastronómico, pero implicación y responsabilidad sí. Implicaciones, todas. Hace poco me hicieron embajador de ABRA, Asociación de Bodegas de Rioja Alavesa, ¡¿pues qué me costaba a mí cada vez que hacía una entrevista mencionarles…?! Pero ¿por qué lo hago? Porque creo en ese producto. Pero todo en barco pirata, no en una estúpida historia institucional que nadie entienda.
Si pudieras escoger qué comer en tu última cena, ¿de qué llenarías tu mesa?
Lo dejaría todo para el postre. Y me comería la mitad en la mesa y la otra mitad en el baño.
Fotografías cortesía de Sagardi
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