Cualquier visita a Sevilla ciudad tendría que incluir, al menos, una escapada al Aljarafe, esa periferia occidental en la que, pese al crecimiento urbano, aun se conservan pueblos con un carácter marcado y un patrimonio que vale la pena conocer. Porque Sevilla, al contrario de lo que ocurre con otras grandes ciudades, pierde el carácter urbano rápidamente, a poco que uno cruza el Guadalquivir. Así que alejarse unos 10 minutos del centro en coche es conocer algo de la Sevilla de campo, escondida entre cerros y olivares, con todo lo que esto implica en términos de tradición y gastronomía.
Ahí están Santiponce y las impresionantes ruinas de Itálica, Valencina de la Concepción y su conjunto megalítico, Olivares y su palacio ducal, Castilleja de Guzmán y sus Jardines de Forestier, Umbrete y sus mostos, Sanlucar la Mayor, cuyas freidurías puso en el mapa gastronómico Ferran Adrià al descubrir las frituras del Alhucemas. Y ahí está Castilleja de la Cuesta.
Castilleja, cuna de las “legítimas y acreditadas” tortas de aceite Inés Rosales, es tierra de azules y rojos. Y esto, aunque en principio no lo parezca, tiene su peso en la historia gastronómica de la comarca. Castilleja cuenta con dos hermandades de penitencia: la Hermandad Sacramental de la Inmaculada Concepción, Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de los Dolores; y la Hermandad Sacramental de Santiago Apóstol, Nuestro Padre Jesús de los Remedios en su Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad. La Hermandad de la Calle Real y la Hermandad de la Plaza, como se conocen tradicionalmente, la de la Virgen y la del Apóstol. Los azules y los rojos.
Así que si eres de Castilleja de la Cuesta eres azul o eres rojo. La cosa se divide más o menos por barrios, aunque no exactamente. Y así, callejeando por el pueblo, se va encontrando uno casas y capillas adornadas con la cruz de Santiago, en rojo, por supuesto y otras en azul con toda clase de imágenes marianas. Ahí es donde Inés Rosales, una mujer que de haber nacido hoy sería un ejemplo de emprendimiento, instaló su obrador para elaborar la famosas tortas.
La torta de aceite, aunque a veces los sevillanos no sean muy conscientes de ello, es uno de los iconos gastronómicos de Sevilla y su comarca. En Inés Rosales, como en muchos otros obradores de menor escala, se siguen elaborando hoy a mano, una a una. Cuando visité la fábrica me quedé impresionado, ya que, por muy manual que sea la cosa, sigue saliendo una torta cada tres o cuatro segundos, aproximadamente. Hay que ver las manos de las artesanas para poder creerlo.
E Inés Rosales, como tenía su obrador en el barrio de la Virgen, empezó a rotular sus embalajes en azul sobre blanco. El azul de su hermandad, en el que acuñó aquello de “las legítimas y acreditadas tortas de Inés Rosales”. Tuve la ocasión de ver algunos de los parafinados más antiguos, de comienzos de los años 40 del pasado siglo y desde las primeras impresiones el azul de la Calle Real es el que manda.
El éxito de Inés Rosales, de sus tortas y poco a poco de otros productos de su gama ha sido tal que actualmente la práctica totalidad de las tortas de aceite que se elaboran en España, sean o no de Castilleja, rotulan en este mismo azul. El azul de la Hermandad de la Calle Real es hoy, en términos gastronómicos, el azul Inés Rosales. Ahí están las tortas de Porres, también legítimas, por cierto, de Écija. O las Tortas Gaviño, de Espartinas. Ahí están las del Horno de Castilleja o las de Upita de los Reyes, rindiendo homenaje, probablemente sin saberlo en algunos casos, a la virgen de Castilleja.
Pasearse por el pueblo es realmente curioso. Según se va acercando uno a la iglesia de Santiago, a la plaza, los rótulos van cambiando a tonos rojos, las casa ostentan cruces de Santiago en la fachada. Volver hacia la cuesta que da nombre al pueblo, hacia la iglesia de la Inmaculada, es adentrarse en zona de azules, en calles en las que los azulejos se dedican a la Virgen. En un momento dado fachadas azules y rojas conviven convirtiéndose en un signo de identidad del pueblo. Y es curioso cómo millones de tortas cada día, elaboradas o no en Castilleja de la Cuesta, perpetúan una tradición que en su origen poco tenía de gastronómica.
El Aljarafe mantiene una tradición muy viva. Es zona de hermandades, de romerías y de procesiones. Y Castilleja de la Cuesta es, por historia, una localidad de hornos en la que las tortas de aceite han adquirido una categoría casi mítica. Era sólo una cuestión de tiempo que las dos tradiciones se dieran la mano.
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