Quien circula por la Ronda Urbana Norte no puede sospechar que justo al lado de la carretera, en el Parque de Miraflores, se instalaron hace cuatro años unas huertas que el Ayuntamiento de la ciudad sorteó entre aquellos que las solicitaron. Y fueron tantos que hubo listas de espera. De las primeras doscientas huertas concedidas se pasó a doscientas cincuenta y, dado el éxito, se continuó la experiencia en Parque Alcosa, Polígono Aeropuerto y, dentro de muy poco, en San José de la Rinconada. Sí, estamos en Sevilla.
¿El urbanícola regresa al campo? ¿Es ésa la explicación del éxito de estas huertas enclavadas dentro de la ciudad? Es cierto que hace tiempo en este mismo lugar había numerosas huertas que abastecían de hortalizas a la ciudad y eso explica, en parte, la recuperación de una tradición.¿HOBBY PARA JUBILADOS?
Alguno podría pensar que esto es un filón para los jubilados: los abueletes, para no aburrirse y como ahora hay menos obras que cotillear por la crisis del ladrillo, echan algunas horas cuidando un huerto. He hablado con José Luis González, con Antonio Mantero, con Pedro y con otros hortelanos y deberíamos escuchar su historia. Si bien es cierto que algunos son jubilados, otros trabajan en el taxi, en la construcción, como montadores de ascensores… No, las huertas urbanas no son sólo un asunto de jubilados.
Estos terrenos cedidos por el Ayuntamiento y que van desde los setenta y cinco a los ciento sesenta metros cuadrados son para agricultura biológica que apuesta, además, por las energías renovables. Los hortelanos deben pagar una media de tres euros al mes para sostener el funcionamiento del motor del pozo y el agua. Sin embargo, no hay vigilancia y en los últimos tiempos se han cometido algunos actos vandálicos, como comenta Antonio: “Han robado todos los grifos, que eran de hierro galvanizado, y también aperos y han llegado a destrozar algún cultivo”.
AGRICULTURA SOSTENIBLE
Algunos hortelanos se desplazan hasta el lugar en sus automóviles y deben pagar el estiércol y sus útiles. Lo que se cultiva es para autoconsumo, aunque puede dar para tener algún detalle con la familia o los amigos: ¿compensa económicamente? Puede que en algunos casos el cultivo alivie un poco la factura del mercado y la cuesta arriba que supone para todos esta crisis, pero José Luis apunta que «económicamente no compensa, porque ni siquiera es lo comido por lo servido, pues habría que contar las horas de trabajo”. Sin embargo, le veo feliz en medio de su huerta, con las botas embarradas y las manos llenas de tierra.Siembran las verduras y frutas de temporada. He visto ajos, cebollas, papas, lechugas, espinacas, brócoli, habas, acelgas. Algunos acuden a diario al parque para cuidar su pequeña cosecha; otros sólo pueden hacerlo los fines de semana o cuando el trabajo se lo permite. Antonio, con una cara de enorme felicidad, apoyado en su azadón me comenta: “¡Me encanta! Es una satisfacción grande comerte lo que tú mismo has cultivado”. José Luis refuerza esta impresión: “Sí, es una satisfacción inmensa y las cosas saben distinto. No digo que sean mejores, pero sí que tienen otro sabor”. Pedro me confiesa: “Yo sé lo que le echo a la tierra: aquí están prohibidos los pesticidas y los abonos artificiales, ¿no ves que crecen matojos por todas partes? Hay que venir y arrancarlos”.
Así, por una parte, está el placer de producir lo que se come, algo que hemos olvidado en las ciudades; pero hay más, pues todos los hortelanos (y hortelanas, conste) con los que he hablado callaban unos segundos: “Yo aquí respiro”, me dijo Antonio, “esto es de verdad otro mundo”. Sentir el olor penetrante de la tierra húmeda, llenarse las botas, agradecer la lluvia o sentir el cansancio en las manos después de haber trabajado… Para ellos no se trata de volver, porque sus raíces son urbanas, pero sí de salir de un medio que con frecuencia les resulta opresivo.
No, no es un asunto de jubilados, sino de nuevos productores, pequeños productores, que nos ofrecen una manera nueva de acercarnos a la comida. Y al salir de las huertas no pude evitar hacerme una pregunta: ¿qué pasaría en el mundo si cada uno de nosotros cultivase un pedazo de tierra?
Fotos: Ernestina Causse
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