Cuando hablamos de güisqui lo primero que hacemos es trasladar nuestra mente a Escocia, patria indiscutible de esta bebida. Pero como en Comida’s Magazine nos gusta escribir de cosas curiosas y bastante especiales, permíteme por favor que te cuente una historia que ocurrió hace casi un siglo en un lugar muy lejano de las Highlands escocesas, en Japón en 1929, y que tiene como protagonista a Shinjiro Torii, un tendero de Osaka que destilaba sake y que consiguió crear una empresa de destilados a la que llamó Kotobukiya, y que más tarde se convertiría en el gigante Suntory. Le llamaban la nariz de Osaka.
Torii tenía un sueño que era imposible de cumplir: producir güisqui de calidad fuera de Irlanda o Escocia, algo impensable a principios del Siglo XX en Japón. Pues bien, a principios de los años 20 Shinjiro conoció a Masataka Taketsuru, un químico que había estudiado la carrera en Escocia y donde, evidentemente, había aprendido el oficio de destilar güisqui, y como le había resultado imposible contratar a un experto escocés, de inmediato lo contrató.
Torii construyó su destilería en 1923, en Yamazaki, en las afueras de Kyoto, esto estaba en contra de los consejos de Taketsuru, quien creían que la tierra de Hokkaido era la que más se parecía a la de las Highlands escocesas. Sin embargo, al haber firmado un contrato de trabajo por diez años, se convirtió en el primer director de la destilería de Yamazaki obteniendo en 1929 el primer güisqui japonés, llamado Shirofuda, antes de abandonar el puesto en 1934, para crear la Gran Juice Company de Japón, que más tarde se convertiría en Nikka.
Masataka Taketsuru se fue a Hokkaido, que había sido vetada por Shinjiro Torii, por la dificultad de acceso a aquellas tierras del norte del país, y construyó la destilería Yoichi, en un sitio rodeado de montañas y mar.
En la actualidad, las dos empresas en las que Masataka Taketsuru estuvo involucrado dominan la industria del güisqui japonés.
A diferencia de los escoceses, que intercambian líquidos una y otra vez para construir sus güisquis blended (mezclados), los destiladores japoneses no intercambian. Más bien, crean innumerables variaciones internas utilizando diversas levaduras, especies de cebada y niveles de turba. Además otra de las diferencias con sus “hermanos mayores escoceses” es que mandan los destilados a través de un conjunto de alambiques de distintas formas y tamaños, que son añejados en una amplia variedad de barricas: roble americano virgen, y ex toneles de jerez y de vino. Para agregar un distintivo sabor nativo a algunos de los destilados se usan barriles de un costoso roble japonés llamado mizunara, que presta aromas de incienso, así como barriles usados de licor de ciruela.
Y parece que les salió bien el experimento: En 2013, el Hibiki 21 años de Suntory fue considerado como el mejor whisky del mundo por la World Whiskies Awards (WWA). También de Suntory es el Yamazaki 18 años, uno de los más apreciados por los expertos. El Mars Maltage 3 plus 25, de la destilería Hombo, se llevó el año pasado el galardón al mejor Mezcla de malta del mundo y el Taketsuru 21 años, de Nikka, la Medalla de oro del Internacional Spirits Challenge en 2008.
Han pasado casi 100 años ya pero Torii y Taketsuru escribieron las primeras líneas de una historia con final feliz, muy feliz diría yo. La del güisqui japonés. Habrá que probarlos ¿no?.
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