Cuando hablamos de salir de tapas o pinchos por España todos tenemos muy claros algunos destinos imprescindibles. Si hablamos de pinchos (o pintxos, aunque uso la variedad con CH para incluir los de diferentes zonas), casi todo el mundo te mencionaría San Sebastián en primer lugar, aunque pronto saldrán otros destinos como Pamplona, Logroño o, por supuesto, Bilbao.
Y si hablamos de tapas rápidamente entrarán en el debate los defensores de Sevilla, de Granada o de Almería, pero también de destinos más al norte como León o Zamora. Poco a poco otras localidades como Santander, Valladolid, Santiago de Compostela, Salamanca o Zaragoza se van haciendo un hueco en este mapa del tapeo. En ocasiones se debe a la aparición de nuevos locales que revolucionan el panorama de la ciudad (como Abastos 2.0 o Tapas 2.0 en Santiago y Salamanca, respectivamente, hace unos años), en otras gracias al tirón de algunos concursos de tapas o jornadas temáticas. Eso es lo de menos. Lo importante es que poco a poco la diversidad tapera crece y se extiende.
Dentro de ese atlas de la tapa española hay destinos que tendrían que ser una referencia y, sin embargo, permanecen en un segundo nivel, nunca están entre los obvios que salen en todas las conversaciones. Es el caso de lugares tan diversos como Vitoria, Lugo, Avilés o Jaén, por mencionar cuatro muy diferentes entre si. Y es también lo que ocurre con Murcia, una de esas ciudades que quedan –injustamente- al margen de las charlas gastronómicas cuando tiene tanto y tan diverso que ofrecer.
Pues bien, nos hemos ido de tapas por Murcia. Murcia es una de esas ciudades con un patrimonio gastronómico envidiable. Ejerce el papel de eslabón entre la tradición de línea más andaluza y la puramente mediterránea, pero también entre la costera y la manchega. Esto se traduce en huerta, pescado, vinos, quesos, guisos, dulces y, por supuesto, tapas. Pocas ciudades como la capital de la huerta para hacerse una ruta de tapeo de corte tradicional: michirones, marineros y marineras, magras con tomate, zarangollo…
Por supuesto que hay también una buena oferta de tapeo contemporáneo, con locales como Pura Cepa, Pepita Pulgarcita, Keki o Baobar. Para todos los gustos. Pero empecemos por los básicos, por esas dos o tres cosas que uno no se puede perder en su primera visita a la ciudad y con una selección de lugares donde probarlas:
El pastel de carne es la joya de la corona. En otras localidades cercanas se conoce sencillamente como pastel murciano, aunque es básicamente lo mismo: una base de masa quebrada, un relleno de carne de ternera, longaniza, huevo y alguna especial y una curiosa cubierta de hojaldre que lo convierte en algo único. Compartido es una tapa perfecta para acompañar unas cañas, aunque si llegas con apetito uno por persona es una dosis muy satisfactoria. Y hay quien se anima con el segundo.
A la hora de apuntar el lugar para probar el mejor pastel de carne abrimos la caja de los truenos. Hay auténticas disputas entre los detractores de unos locales y otros. Pero quedarnos con los que los sirven en una barra, dejando las pastelerías donde los hacen para llevar para otro momento, ayuda bastante y, en ese sentido, un gran punto de partida puede ser el Zaher (C/ Riquelme, 5), a un paso de la Plaza de las Flores, un bar de los de toda la vida donde te lo servirán sin adornos, cortado en cuatro sobre un papel parafinado. Sabroso, bien de precio y disponible también en una versión mucho menos frecuente: el pastel de sesos. Cualquier visita a Murcia tendría que incluir parada obligada en el Zaher.
Otro imprescindible de la ciudad: la marinera. Se trata de una rosquilla de pan sobre la que se sirve una buena porción de ensaladilla rusa cubierta con una anchoa. Si se cambia la anchoa por un boquerón en vinagre estamos ante un marinero. En una versión o en otra son la tapa perfecta para acompañar una cerveza y, aunque se encuentran prácticamente en cualquier barra de la ciudad, tiene especial fama las marineras de El Cafeto, en el paseo de Alfonso X.
Pastel de carne y marinera ¿Qué más? Pues la ruta podría continuar con un pulpo al horno en la Plaza de las Flores. Me decido por esta ubicación porque es uno de los centros neurálgicos del tapeo murciano y porque aquí está El Pulpito, un local que, como su nombre indica, tiene en este cefalópodo su especialidad.
La Taberna las Mulas puede ser un buen lugar para continuar el recorrido y dedicarle un rato a los derivados del cerdo. Aquí se piden diferentes tipos de morcillas, chorizos y longanizas o esa rareza, al menos para los que venimos de fuera, que es ‘el chiquillo’: capas de piel de cerdo envueltas y adobadas que son un bocado realmente sabroso.
¿Quieres más? Pues sigamos con una sangre frita en Los Zagales, a un paso de la catedral, unas magras con tomate en el Bar La Cruz o unos michirones en El Garrampón. La cosa es tener donde elegir, hacer nuestro propio Via Crucis, que es como muchos en Murcia conocen a estos itinerarios de taberna en taberna, de tapa en tapa. Y, sobre todo, dado que en esta ocasión nos hemos centrado en el pastel de carne y las marineras, tener un pretexto para volver en otra ocasión y seguir explorando.
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