Siempre he pensado que los puestos de comida en la calle le dan vida a las ciudades. Y las calles de Delhi, como no podía ser de otra manera, están repletas de ellos. Comida de todo tipo: dulce, salada, amarga, caliente, fría, picante, más picante,… se encuentra de todo.
La comida callejera es la solución a muchos problemas en la capital de este país asiático. Para empezar, es barata. Unas samosas (esas empanadillas fritas y refritas con un interior repleto de patata y especias) te pueden salir por unas 7 rupias, algo menos de 10 céntimos de euro. Y los puestos de samosas, que también venden otras frituras similares, están por todos lados. Desde una parada de autobús hasta en un paso de peatones (sí, hay quien tiene un amigo cuyo primo dice que un día vio de refilón a alguien cruzar por lo que parecía ser un paso de cebra en Delhi), sin olvidar cualquier mercadillo que se digne de tal nombre.
Cerca (o no) de las samosas, es posible que haya un señor con un taburete alto repleto de patatas asadas. Están dulces, están sucias, están buenas. No hay que confundir este tipo de puesto ambulante con el de patatas fritas, que también lo hay. En plena acera, enormes sartenes se ven envueltas de dados dorados con una pinta terrible, en el buen sentido de la expresión. Si se dejan reposar unos minutos (porque abrasan, más que nada), el disfrute es sublime.
Por cierto, quien dice patatas, dice también mazorcas de maíz. Elotes que dejan el color amarillo para tiempos mejores, cubriéndose con el negro que les provocan las brasas. Un poco de sal, una servilleta, alguna salsa o condimento y el plato está listo. Lo mismo o menos se necesita para una ración de momos en mitad de la calle: tardas más en elegir si los quieres vegetarianos, de queso o de pollo que en comértelos.
Hay también opción cine, es decir, un puesto ambulante que hace palomitas en un plis plas. Este, aunque atractivo, es poco original. Junto a él, suele haber una variedad importante de frutos secos (avellanas, nueces, pistachos y, sobre todo, cacahuetes). Hay que ver lo que les gusta a los indios comer estas pequeñas cosas por la calle.
“¡Quiero una tortilla francesa ahora mismo!”. La tienes. En la esquina de enfrente hay un puesto con decenas de huevos y una sartén que no descansa ni un minuto. “¿Sí? qué fácil suena, ¿no? ¿Y si te digo que lo que quiero es comerme un pollo asado entre estos dos coches aparcados?”. Lo tienes. Ese señor de ahí con pollos trinchados en un palo te lo hace en 5 minutos, si no lo tiene hecho ya. O te puedes llevar una ración con varios dados de chicken tikka. Te vas a pringar las manos, eso sí.
Comer en la calle es un no parar. Entre los indios triunfa el dahi bhalla, una masa de patata cubierta por una salsa blanca a medio camino entre el yogurt y el batido. Sobre su éxito, remarco lo de “entre los indios” por si no ha quedado claro. Aunque para gustos, colores. Quizá para un estómago extranjero, sea más recomendable empezar por las también cotizadas tortillas de maíz fritas con patata, paneer (queso de cabra) y tomate. Parecen salidas de una calle de México DF o Bogotá, pero no.
Los puestos de chai (té) son posiblemente los más sencillos a ojos vista. Una cacerola, un fuego y cientos de vasos de fluor. Eso basta para montar un tenderete de esta bebida tan recurrente en India. No tardarán en llegar transeúntes, comerciantes, obreros o taxistas para echar un trago por 5 rupias (0,05 euros).
Para acabar un buen tour de comida callejera en Delhi, el estómago agradecerá algo dulce, aunque los indios tienden a mezclar dulce y salado en sus comidas con un orden menos estricto que el europeo, en el que el dulce suele ser el epílogo de una buena comilona. Se puede elegir un buen cuenco de curd (un tipo de yogurt natural con azúcar), un vasito de kulfi faluda (una mezcla fría entre yogurt y batido) o, cómo no, la inmensa lista de sweets típicos en esta región: jalebi (palmeritas fritas y caramelizadas) o un par de gulab jamun (pequeñas bolas de harina, leche en polvo y azúcar bañadas en aceite), por decir algunos de los que uno se puede encontrar bajo un soportal, a la salida del metro o entre dos motos mal aparcadas. Aviso a navegantes: los dulces indios llenan mucho.
En resumen, barato, rápido y fácil de encontrar. ¿Para qué se necesita más? Comer en la calle en Delhi es una delicia, por mucho que las guías no se lo recomienden a los viajeros. Y eso que en este post faltan cantidad de opciones. Es imposible abarcarlas todas teniendo en cuenta que, si un indio se pone a ello, toda comida puede ser vendida en el metro cuadrado que ocupa un puesto ambulante. Y nosotros, los comensales, se lo agradecemos.
30 Comentarios