Existen muchos clubs en el mundo, pero ninguno tan exclusivo y apetitoso como el Club Chef des Chefs. Fundado en 1977 por Gilles Bragard, sólo existe un requisito para poder formar parte de él: ser el chef personal de un jefe de Estado (ya sea Primer Ministro, Presidente o Monarca).
Con 26 personas en activo en la actualidad, cada miembro representa a un Estado, excepto China, que tiene dos chefs personales debido al gran tamaño de los banquetes que suelen preparar. En casi 30 años de existencia, sólo ha habido dos mujeres.
El motivo por el que se creó este club fue para establecer lazos entre los chefs de cocina de distintas partes del mundo (que se suelen reunir una vez al año para conocerse). Son como una hermandad, y como tal se ayudan cuando están en apuros, que en la mayoría de los casos llegan cuando tienen que preparar comidas en torno a las cuales se reunirán varios jefes de estado. Entonces los teléfonos empiezan a sonar. “El Kremlin tiene un teléfono rojo, nosotros lo tenemos azul”, dijo una vez Mark Flanagan, el Chef de la Reina Isabel II que además es Vicepresidente del Club.
Así, por ejemplo, si la Reina Británica va de visita a algún lugar, Mark Flanagan le tiene que decir a su homólogo que ni se le ocurra incluir en el menú ostras, patatas, ajo o cebolla blanca, y que elija preferiblemente huevos morenos antes que blancos (pues para su majestad los primeros siempre saben mejor). Eso sí, siempre acertará con foie gras: dicen que cuando se reunió con el ex presidente de Francia Jaques Chirac, acabó con todo el servido.
Y aunque para los chefs que pertenecen a este club la discreción es tan importante como tener una buena mano en la cocina, todo el mundo sabe que los secretos no se pueden guardar cien años. Alguno que otro ya se ha hecho público y por eso ahora sabemos más sobre los gustos y manías de los mandamás mundiales. Así sabemos por ejemplo que Bill Clinton se pirraba por las costillas a la barbacoa. “Las podía comer todas las noches para cenar”, dijo una vez su exchef Walter Scheib.
Él mismo cuenta también el reto que suponía trabajar para la familia Bush porque George odiaba “las sopas, las ensaladas, las verduras y el pescado” mientras que su esposa quería siempre alimentarse de comida orgánica.
De Obama dicen que siempre tiene un cuenco con manzanas en el despacho Oval pero que, sin embargo, su comida favorita no se hace en la Casa Blanca: son chilis preparados en el takeaway Ben´s Chili Bowl de Washington DC.
Sarkozy, aunque pertenezca al país de los quesos, los detesta, tanto que prohibió que se sirvieran en los banquetes de recepción que daba en el Palacio Eliseo. Eso sí, tenía que hacer la vista gorda cuando Merkel le iba a visitar, ya que la canciller alemana es una amante de los quesos declarada. También dicen de ella que es muy simple comiendo: le gusta la sopa de patatas, el kebad y el guisado de verduras.
Del actual presidente de Francia, Françoise Hollande, su chef Bernard Vaussion, sólo tiene buenas palabras: no sólo ha “reinstaurado” que se sirvan quesos, sino que además dijo de él en una ocasión que “es alguien al que de verdad le gusta comer”, aunque tiene una debilidad: odia las anchoas.
Vladimir Putin es el único jefe de estado que aun tiene un catador para asegurarse que su comida no está envenenada, y una vez que éste ha sobrevivido, él come “poco y rápido”. Eso sí, el porridge con curd y miel nunca faltan en su desayuno.
A Mandela lo que le gustaba era la comida casera, en especial la que le recordaba a su madre, por eso Hilton Little, el Chef de Sudáfrica ha bromeado con los medios alguna vez diciendo que cuando el fallecido presidente “decía que mi comida le recordaba a la de su madre, sabía que iba a tener trabajo por lo menos para otro año más”.
La excepción puede ser Margaret Tatchet, que sólo tenía un equipo de cocina cuando ofrecía eventos especiales. En el día a día era la Primera Ministra quien cocinaba para ella y su marido. En 2010 se publicó uno de sus diarios escritos durante sus años de gobierno por el que se descubrió que vivió a base de huevos cocidos, café sólo, tomates, ensalada, uvas y carne.
Y como bien sabemos en Comida´s Magazine, comer no se trata solamente de llenarse el estómago: el ritual entero que envuelve la comida, con su sobremesa, y sus charlas es importante en la vida de ciudadanos comunes, ¿cómo no lo va a ser de quienes deciden el orden mundial? De ahí el juego importante que estas reuniones gastronómicas ejercen en la diplomacia. Es famosa la frase que el estratega francés Charles-Maurice de Talleyrand le dijo a Napoleón Bonaparte: “Dame una comida que esté bien cocinada y te daré buenos tratados”.
Quizás esta frase histórica sirvió de inspiración para la creación del Club, porque desde luego, con su slogan, ellos tienen muy claro la importancia que conlleva hacer bien su trabajo: “Si la política divide a la gente, una buena mesa siempre los vuelve a reunir”.
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