Soy un deportista un tanto atípico: No sé cuantos kilómetros corro por semana. No menos de 60, ni más de 120, supongo. Nunca me ha preocupado la distancia, la cadencia o la media, quizás porque no lo vivo como una competición. Pero no siempre ha sido así. Hace más de 10 años que “huí” del gimnasio. La musculación (o “hacer pesas” coloquialmente hablando) no era lo mío aunque, para cuando me di cuenta, ya pesaba 98 kilos…¡muchos kilos que alimentar a base de pollo con arroz! Un viaje a Japón me ayudó a cambiar de perspectiva con respecto a la alimentación, el deporte y la salud en general.
Así que fuck the gym. Fuera pollo con arroz. Que le den al filete de vaca, cerdo u hormona de crecimiento que le chuten al mamífero en cuestión, y de paso a Monsanto y al business en general. ¡A la piscina, a correr (al aire libre) y a darle duro a la bicicleta!
Hace algún tiempo, cuando fumar no era tan malo y hartarse a fast food no era peligroso, las multinacionales no necesitaban convencernos con otros argumentos más allá de la imagen y el american way of life. Sin embargo, cada vez hay más gente preocupada por la salud y la calidad de vida que busca respuestas en la alimentación y el deporte, así que la estrategia de venta tiene que cambiar; MacDonald`s vende ensaladas “con aceite de oliva virgen” y el carbohidrato es Satán. Lo light, lo sin, lo zero patatero y el agua embotellada con sabor a cosas.
Resumiendo, las multinacionales han cambiado el chip, y se adaptan a un nuevo público preocupado por su aspecto y su salud, lanzando nuevos productos con el respetable propósito de vender millones de unidades, cuantas más mejor. Somos el objetivo de la transacción, el destino de productos preparados para ser súper deportistas envasados en llamativos packagings con un montón propiedades buenísimas que no nos molestamos en leer porque “será porque es verdad”.
Entonces, la pregunta sería ¿por qué no rendirse a las excelencias, comodidades y sencillez de los suplementos? Pues en mi caso, la respuesta es sencilla: Creo que hemos de aprender a escuchar a nuestro cuerpo, dejarle hacer, reeducarlo si es preciso. Si te cansas corriendo pues, ¡cánsate! O para, ya seguirás mañana.
Pero claro, lees la etiqueta que dice: “Aumenta la producción de óxido nítrico; reduce el cansancio y la fatiga; aumenta la concentración; con aminoácidos ramificados; acelera la recuperación.” Pero… ¿de verdad necesitamos acelerar la recuperación y aumentar la concentración gracias a una cápsula…para correr el domingo por el monte? ¿Queremos reducir el cansancio químicamente? ¿No deberíamos asimilarlo y superarlo con la alimentación y ejercicio adecuados? ¿Qué mierda son los aminoácidos ramificados y de qué manera van a conseguir que sea una persona más feliz?.
Una de las contradicciones que encuentro en todo esto y que más me llama la atención es que, a pesar de la gran cantidad de datos disponibles, la información real que llega al consumidor es realmente escasa, ya que no conocemos las posibles consecuencias de la ingesta continuada de geles de color flúor y pastillas de magnesio, compuestos de sales y aminoácidos, quemadores, batidos multipropósito con sabor a cherry coke…por el módico precio de 150 euros el litro que ni te enteras que estás pagando porque los compras en cómodos envases monodosis con nombres como SUPERMEGAFLASH o algo así.
Pues en el mundo del “si tú lo que quieres es esto fácil y rápido ya te lo vendo yo, mejor”, me ha dado por pensar que una buena alimentación ya es un suplemento deportivo en sí mismo. ¿Qué digo deportivo? Es una fórmula lógica y consecuente con cualquier actividad diaria: Si la ingesta de calorías, micro nutrientes y grasas es equilibrada con la actividad física que realizas, ¿para qué fundir tu cartera y tu sistema digestivo comprando geles, barritas, pastillas y demás subproductos? Desconfío de la composición de este tipo de suplementos. Y es que tengo la manía de querer saber de dónde viene y qué lleva todo alimento que me llevo a la boca, ya que tengo a mi hígado y mis riñones en gran estima.
Así que mi “dieta deportiva” ha acabado siendo una cosa así:
– Una dieta vegetariana, preferentemente de alimentos de proximidad. No siempre es posible controlar la procedencia de cada cosa que comes, pero ¡puedes intentarlo!
– Cada día, un zumo natural recién exprimido, o un licuado de frutas y verduras (zanahoria, naranja, apio, jengibre, manzana, kiwi, piña, acelgas, remolacha, fresas, semillas de chía…). Elijo 4 o 5 ingredientes en función de lo que haya de temporada, y ¡“p´adentro”!
– Un día a la semana practico ayuno de sólidos. Mantengo la rutina del licuado, alargándolo durante 24 horas. Eso que ahora está tan de moda y que llaman “detox”.
Y alguien pensará algo como “ pero si las dietas vegetarianas son deficientes en grasas saludables” o “necesitas proteínas si haces ejercicio” o directamente, como mi abuela, “tienes que comer carne”. ¡Señora, llevo más de 12 años así, ¿en qué momento estima que empezaré a desarrollar algún tipo de enfermedad?!
Pero ha sido un largo camino hasta llegar aquí, buscando los alimentos que mejor sentaban a mi organismo. Algunas pruebas ensayo-error y muchas leyendas urbanas desmentidas más tarde, quiero compartir algunas pelis, libros y autores que me ayudaron a verlo de otra manera. Y como decía Hipócrates ¡Deja que la comida sea tu medicina!
“Correr, comer, vivir” por Scott Jurek
“Thrive Foods” por Brendan Brazier
“Finding Utra” por Rich Roll
“El mundo según Monsanto” por Marie- Monique Robin
“Food Matters” por James Colquhoun & Carlo Ledesma
“Food Inc.” por Robert Kenner
Fotos: Abel Recknold
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