Porque a nadie le amarga un dulce, tampoco nadie puede decir que se negaría a comer delante de una bonita vista. Porque comer no es sólo algo que se haga con el gusto, sino que todos los sentidos se nos ponen en alerta. Porque como todo el mundo sabe, a veces comemos más con los ojos que con la boca, por eso de vez en cuando hay que levantar la cabeza del plato para ver lo que tenemos enfrente. Esa vista puede hacer que recordemos una comida más por lo que hay ante nosotros que por lo que llenará nuestro estómago. De ahí estas ganas de hacer un recopilatorio para alabar esos lugares del mundo que hacen que podamos disfrutar de una comida porque estamos disfrutando de unas buenas vistas.
Una de las Siete maravillas del mundo moderno, monumento erigido por amor, la gente que dice que Agra sólo merece la pena porque tiene el Taj Mahal (con perdón del Fuerte Rojo) no le falta razón. Una vez acabada la visita del mausoleo construido por el emperador Shah Jahan a su “esposa favorita”, lo mejor que se puede hacer en esta ciudad del norte de la India es subirse a un ‘rooftop‘… para seguir contemplando el monumento. Da igual qué hora sea, aunque dependiendo de la estación mejor evitar las horas de máximo calor. Así, ante un té, un ‘lassi’ o un ‘chicken curry’ puedes aprovechar los últimos rayos de luz para contemplar el Taj Mahal mientras degustas lo que más te pida el estómago para acompañar estas deliciosas vistas.
Tener el Himalaya delante de los ojos impacta. No importa que no te hayas animado a participar en uno de los ‘trekking’ que se pueden hacer en las cordilleras que marcan la frontera entre China y Nepal. En Nagarkot, a 32 km al este de Kathmandú, es apasionante abrir los ojos temprano y ver a través de la ventana de la habitación en la que te hayas alojado cómo amanecen las montañas que alojan el Everest. “Sólo falta un café”, grita tu estómago. Pues no hay más que pedirlo, porque cualquiera de los hoteles que se sitúan enfrente de esta maravilla natural tiene servicio de habitaciones. Desayuno continental o nepalí, al gusto del consumidor, y tan variado como el bolsillo lo permita. Porque nada debe preocupar al hospedado mientras disfruta de la primera comida del día viendo cómo se entretejen las nubes delante de las montañas más altas del mundo.
Y de la tranquilidad al barullo. La plaza Jamal al Fna de Marrakech ofrece otro lugar en el que hacer disfrutar a la vez a tu paladar y a tus ojos, no sólo por lo que puedas ver, sino por todo lo que está ocurriendo delante (y debajo) de ti. El momento clave es el atardecer, cuando los últimos rayos de sol dan a la ciudad ese toque anaranjado tan característico. Los sonidos del quinto rezo que salen de las mezquitas convergen con la música que emana de las flautas de los encantadores de serpientes que buscan quien le de la última moneda del día para comer. Se oyen tambores desde donde estás, que no puedes ver, pero sí escuchar. Y mientras todos los sonidos se mezclan en el ajetreo que tienes ante tus ojos, te deleitas con ese té dulce moro tan bien servido en esa preciosa tetera con motivos árabes.
Sí, ya estamos en septiembre, las vacaciones parece que acabaron hace siglos, pero cierto es que los resquicios del verano aun sobresalen en nuestra mente. Ese pescadito… delante de esa playa…. Puede ser cualquiera, en el Caribe, en el Pacífico, o en el Atlático. Y como comer no es la acción, sino el momento, aquí pongo mi granito de arena personal: un buen pescado hecho a la barbacoa con sus papas arrugás, directo de la costa Teguise en la isla de Lanzarote. Porque la brisa marina de las Islas Canarias parece que le dan otro sabor a la comida…
Pero si a los amantes de la playa esto les sabe a poco, que no cunda el pánico, porque tengo vistas también al Mar Egeo. Desde la isla de Mykonos, uno de los trocitos de tierra que forma el conjunto de las atractivas islas griegas, se puede disfrutar también de un gran atardecer desde cualquiera de los chiringuitos que desembocan en el mar. En un ambiente muy ‘cool, con música chill out y escuchando lenguas de casi cualquier parte del mundo, aquí más que un pescaíto, lo que te pide el cuerpo es tomarse una ensalada de frutas con yogur griego (refrescante, dulce y sanísima) y después enlazar un ‘cocktail’ con otro hasta que los últimos rayos del sol cálido te permitan ver el final del horizonte.
¿Y a quién no le ha pasado que disfrutado de una buena vista, desde lo alto de un edificio (o de una noria) ha echado de menos la existencia de una pequeña barra para poder tomar su plato favorito? A mi me ha ocurrido en París y en Londres. Dos grandes ciudades europeas que cuentan, entre muchos de sus atractivos, poder ver la grandiosidad que abarca la ciudad desde la altura.
No quisiera yo estropear la belleza del lugar con la construcción de un macrorestaurante (inviable por otro lado debido a las infraestructuras) así que mi propuesta, para futuros visitantes, es que se lleven en la mochila su bocadillo favorito, o que compren justo antes de subir alguna comida ‘take away’ o un café, para así poder decir que no sólo han disfrutado del lugar y del momento sino que han sido de los pocos que han tenido el privilegio de estar sobre el London Eye o en la parte de arriba del Arco del Triunfo y disfrutar de Londres y de París comiendo con vistas.
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