La comida, como es obvio, se cuela también en nuestras pantallas. A veces llega a ser la protagonista encubierta, la actriz que no sale en los títulos de crédito. Otras veces, una sola escena en torno a la comida te deja con la boca abierta, en todos los sentidos posibles. En algunos casos, la comida (o la bebida) es la propia película. Ocurre en Tapas, Charlie y la Fábrica de Chocolate, Entre Copas, Ratatouille…
En Comida’s Magazine nos hemos propuesto recordar algunas escenas que muchos habréis visto en algún momento de vuestra vida y donde comida y cine van de la mano. Quizá no sean las más míticas, quizá no sean las más agradables, pero queremos devolverle a la comida el protagonismo que se merece. Recomiendo leer este artículo con palomitas.
No puede haber una película rodada en los barrios residenciales de Nueva York en la que no haya una barbacoa en el jardin trasero mientras los niños juegan al béisbol, las mujeres hablan y los hombres beben cerveza. Del mismo modo, hay una regla no escrita: si pides algo en una cafetería, no te lo puedes tomar. Escena común: un hombre sentado en un local esperando a otro, que llega tarde. «Para mí, tostadas con bacon y café solo», dice el primero cuando se acerca el camarero. «Pediré lo mismo», dice sin pensar el último que se ha sentado. ¿Por qué? Porque sabe que no se lo va a tomar. A los cinco minutos, el plato llega, pero ese plato nunca se comerá. Uno de los dos habrá abandonado antes la cafetería por la razón que sea. Existe la versión irse antes de que llegue el plato. Nadie piensa en el cocinero ni en el camarero, que han trabajado para nada.
Y dos huevos duros…
Para la Historia quedarán los huevos cocidos que Paul Newman tragaba sin parar en La leyenda del indomable. Hasta 50, si mal no recuerdo, que acabaron siendo una angustia para el protagonista y para el espectador. Los huevos estaban presentes hasta en el camarote de los hermanos Marx. «Y también dos huevos duros», pedía Chico para volver loco a Groucho. Aunque para huevos, los que Charlie Sheen freía en la tripa de Valeria Golino en Hot Shots. Con bacon, como debe ser.
Jack Nicholson tenía manías insoportables en Mejor imposible. A la hora de comer no era menos. Entre ellas: usar cubiertos propios -y desechables- cuando iba a un restaurante, comer bacon con huevos y exigir ser atendido por la misma camarera siempre. El cliente perfecto para desquiciar a cualquier camarero, vamos. Pocas manías podían tener los judíos de La lista de Schindler, que se vieron obligados a comer migas de pan con pepitas de oro dentro para que no se las incautasen los soldados alemanes, mientras los generales germanos se deleitaban con grandes comidas donde no faltaba el vino y los buenos alimentos.
Las comidas familiares suelen acabar mal, dentro y fuera del cine. Familia lo retrata a la perfección. O American Beauty, en la que Kevin Spacey de repente estampa contra la pared un plato de espárragos en mitad de una discusión acalorada con su esposa (cuentan que Spacey improvisó esa reacción y que el resto del reparto se quedó atónito, pero eso siempre será parte de las leyendas del cine).
La gran comilona, donde lo importante es cebarse hasta morir, también muestra cuándo una comida en común se te va de las manos. Aunque para comidas que terminan mal, sin duda la que peor acaba es la de Alien, el octavo pasajero, cuando a uno de los comensales le da por tener convulsiones y por expulsar por la tripa un bicho que lo convierte todo en una ensalada de sangre. Podríamos decir que tampoco acaba especialmente bien la primera víctima de Seven, que muere después de haber sido obligado a comer pasta sin parar durante horas. Su cuerpo explota, claro. Obligado, también comió (aunque no hasta la muerte), el chico de Matilda, cuya enorme tarta de chocolate parecía primero una delicia y luego una pesadilla. Eso sí, nunca se vio tanto vómito gastronómico como en El sentido de la vida, con los Monty Python al frente.
Si nos salimos de la definición tradicional de comida, podríamos hablar también de la sopa con restos de cigarrillos y basura que Torrente le prepara a su padre enfermo, Toni LeBlanc, en un acto de amor familiar sin igual. También de las larvas que Tim Robbins tuvo que comerse como buen preso en Cadena perpetua.
Poco apetecibles suenan, así de primeras, los sesos de mono de Indiana Jones y el Templo Maldito, aunque quizá lo que ocurra es que me esté volviendo conservador con la edad. Tampoco es plato de buen gusto el manjar de heces humanas que se zampan los personajes de Saló o los 120 días de Sodoma. O el cerebro que como buen anfitrión servía Hannibal Lecter a un pobre Ray Liotta que no se enteraba de nada mientras se comía su propia cabeza.
Y es que el canibalismo no puede faltar en este artículo. Ravenous pasa desapercibida en la filmografía de un Robert Carlyle que en esta ocasión interpretaba a un caníbal en pleno siglo XIX. Precisamente comer carne humana de sus compañeros es lo que salvó la vida de los supervivientes de Viven, perdidos en los Andes al estrellarse su avión.
El capítulo de espaguetis merecería un artículo aparte. Ya sea versión infantil (La Dama y el vagabundo), versión clásica (los espaguetis de Jack Lemmon en El Apartamento escurridos con una raqueta), versión Kubrick (ver a Alex, protagonista de La naranja mecánica, desplomándose sobre un plato de espaguetis al ser envenenado con vino no tiene precio) o versión mafia italiana (imposible olvidar los espaguetis con albóndigas de El Padrino).
Hablando de Italia. Quién no ha deseado estar en la cárcel sólo por un momento para probar el delicioso guiso con salsa de tomate que preparan los capos de la mafia en Uno de los nuestros. Cortar dientes de ajo con una pequeña cuchilla de afeitar, el instrumento que no puede faltar en ninguna cocina.
En España tenemos lo nuestro. Desde el magnífico Karlos Arguiñano deleitándose con un buen vino y la tortilla rusa en Airbag, pasando por el gazpacho de Mujeres al borde de un ataque de nervios, hasta Alberto San Juan bebiendo vino como un cosaco en Días de fútbol mientras la mujer que tiene delante (posteriormente ella estará debajo de la mesa, pero eso se nos va del guión) le incita a beber más y más. Estoy convencido de que Javier Cámara no situaría en su top 5 de películas Fuera de carta, en la que hacía de chef.
Para directores como Quentin Tarantino, la comida juega un papel crucial en muchas de sus escenas. Lo hace en la archiconocida Pulp Fiction, donde una hamburguesa conduce a una discusión amistosa entre John Travolta y Samuel L Jackson sobre el «cuarto de libra con queso» en Francia. «Hamburguesas, la piedra angular de todo desayuno nutritivo», sentencia Jackson en la siguiente escena, donde otra hamburguesa vuelve a tener un papel primordial.
Pero también su opera prima, Reservoir Dogs, desarrolla su primera imagen en torno a una mesa de cafetería en la que el grupo de protagonistas degusta café y debate sobre lo moral que es dejar o no propina a la camarera, en un diálogo que ha pasado a la historia.
También en Malditos Bastardos Tarantino deleita a su público con dos escenas de infarto. La primera, de nuevo al iniciar el film, cuando un vaso de leche es el enlace entre un despiadado soldado alemán y un vecino francés que esconde bajo el suelo de sus pies a una familia de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. La segunda gira en torno a un appel strudel cuyos primeros planos mantienen una tensión interminable entre el mismo soldado y la joven protagonista, a quien se le sirve un vaso de leche.
En su última obra, Django desencadenado, el director vuelve a filmar una escena de mesa vital para el desenlace de la película. En este caso, se trata de una lujosa cena compartida por un esclavista y unos (en teoría) compradores de esclavos donde la tensión, una vez más, deja los platos de los comensales tiritando. Previamente, en la misma cinta, unos primeros planos del protagonista tirando jarras de cerveza fría le dejan a uno con ganas de atracar la barra de un bar.
Pero para imaginaciones, la mejor de todas: la comida invisible de Hook, el Capitán Garfio. A Robin Williams le costaba creer que existiese la comida que tenía delante, pero al final le bastó la ilusión de los niños perdidos para disfrutar de un manjar de colores inigualable.
Hay más, muchas más escenas dignas de ser retratadas aquí, donde comida y cine son inseparables ¿Cuáles son tus preferidas?
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