Comercio y bebercio fetén en San Isidro

Esengáñate que, tratándose del comercio y del bebercio, no hay fiestas como las de Madrí. Los chulos nos acicalamos: conviene enfundarse la limpia y el chopin, subirse los alares y calarse la papusa o el guito. Así pues, afinamos la muy y los piños para la faena, y también los pinreles, porque además de jalar, y besar, y marcarse un chotis con alguna chulapa chipén más chula que un ocho, y trajinársela, o lo que se tercie, se anda un rato.

Mayormente, todo el bullicio que en esta Corte acostumbra “haver”, que diría Goya, que de pintar sabía un rato, pero escribía haber con la bé baja, confluye en la merendola en el césped de la Pradera, con su tortilla de patata, su empanada, su bota vino y sus cocidos gigantes, que de ciento en viento reparte el alcalde o alcaldesa de turno, o lo bendice.

Pero allí ya llegas jarto a pipas. Tó lo que es el paseo que da a la Ermita, donde es costumbre refrescarse el gaznate con el chorrillo de agua del caño, que pa eso es San Isidro, santo zahorí, que hacía brotar agua milagrera, es zona verbenera, con sus atracciones, sus algodones de azúcar, sus tiovivos, sus manzanas con caramelo y tal. Niñerío.

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Para verbena verbena, la de sabores que se monta, todo plagaíto de puestos con grandes carpas de carnes a la brasa, así como las clásicas gallinejas y entresijos. Sólo los gatos gatos las distinguimos. Las gallinejas son asaduras de cordero, fritas en su propia grasa, que se sirven calientes, justo tras la fritura, con patatas fritas. Normalmente tienen forma de espiral, aunque los gallinejeros de toda la vida se las trabajan, haciendo curiosas figuras que juegan con los entresijos, que son lo que viene siendo el mesenterio del cordero, una madeja llena de mollejitas, los folclóricos “botones”. De cada mesenterio vienen a salir, si el cordero es tocho, hasta tres entresijos. Vamos, que el entresijo con sus botones es parte de la gallineja, no otra cosa. Y antes de darle a la húmeda achanta la napia, macho, que eso huele a Madrid Madrid.7228772858_d03eba1b6f_oAfincarse entre pecho y espalda, por el Paseo Quince de Mayo y aledaños, todo ese material, con esos cocidos populares a un sólo, a dos o a tres vuelcos (el caldo, los garbanzos con verduras y patatas, y las viandas, carnes y tocino, mucho tocino), salpicados de encurtidos (ricas benenjenas de Almagro, cebolletas, aceitunas) en sus tinajas de barro, y ese coco natural, esos altramuces y chufas, da sed. Mucha. Por lo que no dejas de mojarlo todo con limonada, que los guiris llaman sangría. Que corra.SAM_0035Y como no hay festín que se precie sin su postre, ahí están las rosquillas del Santo, regaditas de vino blanco de Arganda, ya sean tontas, sin acabado, ni baño, ni ná, y por esa simpleza así las llamamos; listas, bañaditas con azúcar fondant (sirope de azúcar, zumo de limón y huevo batido), multicolores, aunque normalmente amarillas; de Santa Clara, recubiertas de merengue seco, de color blanco, o francesas, rebozadas de granillo de almendra. Las míticas son las de tía Javiera, vendedora, dicen de Fuenlabrada. Tan ricas, que, como a Doña Manolita la lotera, le salían familiares hasta debajo de las piedras, como decía el sainete: “Pronto no habrá, ¡Cachipé! / en Madrid duque ni hortera / que con la tía Javiera / emparentado no esté”. Hasta que salió otra rosquillera de Villarejo de Salvanés, que colocó en su tenderete el cartel “Yo, como la verdadera tía Javiera, no tengo hijas ni sobrinas”. Lo dicho: De Madrí, al cielo; y, desde el cielo, un agujero pa verlo.

Photo: Patricia Magaña, Barcex, Zarzalejostraat.


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