Si pensamos en un tren cruzando la India, a todos nos viene a la cabeza esa imagen de cientos de personas agarradas en el techo y en los laterales de los vagones como si fuese el último tren de sus vidas.
Sin embargo, sería injusto no decir que la calidad de los trenes indios sorprende y mucho. Preparado para viajes de más de un día, este medio de transporte tan común en este país asiático tiene, por supuesto, diferentes clases según lo que uno esté dispuesto a pagar.
En las mejores, el elemento más destacado no es el aire acondicionado (al menos en esta época del año), ni el aceptable tamaño de la cama que te espera. No. Es la comida que te sirven. No imagines manjares tampoco, pero sin duda es digna de alabar. Más aún si eres de los que extrañas esa sensación de comer gratis tan común antes en las aerolíneas –si como un servidor, prefieres no pensar que la comida va incluida en el precio del billete y así te ilusionas al verla-.
EL TE NUNCA FALTA
Al poco de iniciar el viaje, te dará la bienvenida una botella de agua, una bolsita de té con su azúcar, su leche, su termo con agua caliente y sus galletas. El té es una bebida omnipresente en India y en los trenes no podía ser menos, así que de vez en cuando te servirán un vaso caliente que suele llegar justo cuando estás pensando “me apetecería un té”.
A este recibimiento, le sigue un tentempié compuesto por un pequeño bizcocho, una bolsa de cacahuetes (picantes, cómo no) y una samosa (un snack frito muy típico con patata y verduras en su interior). Cuando ni siquiera te lo has terminado, es posible que aparezca el camarero con otro plato. En él, habrá un stick de pan tostado con orégano, un sobre con mantequilla y un vaso de sopa caliente de tomate (picante, cómo no) para ese momento en el que se ha ido el sol y el frío empieza a hacerse con el vagón.
En la cena, como es habitual en este país, se puede elegir opción vegetariana y opción no vegetariana. Cuando llega ese momento, merece la pena pararse a ver cómo comen tus compañeros de compartimento. Tras colocar una pequeña toalla en sus muslos para no ensuciarse los pantalones, se disponen a comer con las manos de la bandeja que ha traído el camarero. No hay un mañana para ellos, o eso parece.
Si han elegido opción vegetariana, su bandeja tendrá tres platos: uno de arroz, otro de queso paneer en salsa y otro de dahl (lentejas). Todo ello acompañado por dos tortas de roti (esto deberías ya saber que es) enrolladas. La opción no vegetariana es la misma, sólo que sustituye el queso por dos trozos de pollo en salsa o dos huevos duros bañados en salsa. En menos de cinco minutos, la bandeja de tus compañeros estará vacía y lo más probable es que empiece el particular concierto de Viena que realizan los indios a base de eructos sin cortarse ni un pelo.
DELICIOSO POSTRE
El postre es una de las claves inesperadas de esta comida. Un yogur natural y un delicioso helado de vainilla son justo lo necesario para contrarrestar ese sabor fuerte y picante que se te suele quedar en la boca con la comida india.
A la mañana siguiente, cuando tu espalda ha sufrido los dolores de una cama tan dura como una piedra pómez, llega el primer té antes de amanecer. Normalmente te pilla dormido, de modo que el camarero pregunta y, si lo quieres, lo aceptas, si no, sigues durmiendo.
Cuando ya ha salido el sol, suena una voz por un altavoz: “Buenos días, Indian Railways desea que hayan tenido una buena noche. Les avisamos de que el desayuno estará listo en breves momentos”. Es posible que entonces veas a varios indios yendo hacia el baño a acicalarse. Para los indios, es prácticamente impensable hacer algo por la mañana si uno no se ha lavado bien antes. Y en un tren no vale hacer excepciones.
El desayuno del que hablaba el altavoz efectivamente está listo a los pocos minutos. Un buen zumo, un té, dos rebanadas de pan de molde, un sobre con mantequilla y, si has elegido vegetariano, te toca queso paneer. Si no, una rica tortilla acompañada de guisantes. Sobra decir que, tras una noche incómoda, este desayuno es una bendición de los dioses. Más aún si tienes la suerte de haber escogido el sitio de la ventana para degustarlo mientras ves cómo van cambiando los paisajes de este país lleno de contrastes, en todos los sentidos posibles.
FOTOS: VÍCTOR MARTÍN
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