Free kitchen de Amritsar

Free Kitchen se lee en lo alto del edificio. Sus chimeneas negras expulsando humo y un sonido permanente de cascos metálicos te indican que algo se cuece dentro. Es la cocina del Templo Dorado, en la ciudad de Amritsar, al norte de la India. Hay quien la conoce como la cocina más grande del mundo, aunque eso está por ver.

El templo es la Meca del sijismo, esa corriente del hinduismo que se caracteriza entre otras cosas porque sus fieles no se cortan el pelo en toda su vida. Aunque hay que conformarse con ver sus barbas porque el pelo de la cabeza se lo cubren con un turbante en todo momento. En cualquier caso, todos ellos acuden a este sitio sagrado al menos una vez. Por eso, este lugar de peregrinación está lleno todos los días del año.

TEM_w6404_pY claro, como buenos peregrinos, a los sijs les da por comer. Mientras en el templo ellos alimentan su espíritu, tú, seas quien seas, te puedes conformar con alimentar tu cuerpo. Y es que su cocina, un edificio de varios pisos con dos comedores y un gran patio cubierto, recibe a todo aquel al que le suenen las tripas. Lo que hubieran dado Frodo y Sam por tener una franquicia del Templo Dorado al llegar a Mordor.

Si vas al amanecer, dentro te esperan un cuenco de chai (té) caliente y una pieza de chapati (pan) recién horneado. Perfecto para esas horas mañaneras en las que el sol sigue bostezando y el fresco se te mete entre la ropa. Durante el resto del día, cientos de cocineros preparan sin parar cantidades ingentes de arroz, chapati y dal (un tipo de lentejas muy común en esta parte del mundo). Comida sencilla, rápida y para toda la familia. Además, te llevas dos sorpresas cuando te acercas la comida a la boca: el sabor dulce del arroz, que está hecho con azúcar, y la ausencia de picante en las lentejas, algo poco habitual en este plato made in India. Sin duda, si tu estómago no es de emociones fuertes, lo agradecerá. El chapati cumple, pero vamos, ni fu ni fa, para qué nos vamos a engañar.

TEM_w6445_pEn este lugar, siempre serás bienvenido con un vaso, una cuchara, una bandeja y una sonrisa. Sólo tendrás que sentarte a comer en el suelo del gran comedor y disfrutar de la hospitalidad de los sijs. Y si quieres, repites. ¡Pero ojo!, todo lo que se echa en el plato debe acabar en la tripa si no quieres faltar al respeto a tu anfitrión. Por otra parte, es bueno saber que los indios comen muy rápido si no quieres quedarte solo mientras lo limpian todo para la siguiente ronda. No les va mucho lo de la sobremesa, que digamos.

No hace falta ser sij para entender que la cocina es un sitio sagrado. De modo que, como no estás en una cadena de fast food donde prefieres no saber el origen de lo que comes, cuando terminas la ingesta, si tu curiosidad te empuja a echar un vistazo, se puede acceder a las cocinas para ver cómo se cuece el asunto.

Allí, las mujeres se sientan en corrillos a amasar el pan, que va pasando de grupo en grupo como lo hace el chocolate en la fábrica de Roald Dahl. De hecho, los umpa lumpa se quedarían a cuadros con la efectividad de estas voluntarias. Asombroso se queda corto.

TEM_w6496_pMientras, los hombres se centran en el arroz y las lentejas. Cazuelas del tamaño de una persona y enormes remos para jugar con los ingredientes te hacen dudar si te has equivocado de puerta y has aparecido de repente en Brobdingnag, el país de los gigantes de Gulliver.

Cuentos aparte, lo cierto es que más de 15.000 personas trabajan en todo el templo, ya sea en esta perfecta cadena de montaje del comer, en la limpieza, en la organización de las entradas -donde debes cubrirte la cabeza con un pañuelo y dejar tus zapatos- o en el terreno estrictamente religioso. A todos ellos, es de suponer, les mueve la fe, sin tener en cuenta si el peregrino que les visita –o el que se sienta a comer- sigue sus mismos pasos o no. De ahí que sea digna de elogio su asombrosa hospitalidad.

Free kitchen de Amritsar Fotos: Elena del Estal


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