Disfrutamos de la comida con todos los sentidos: paladeamos profundamente nuestro plato favorito, tocamos esa loncha de jamón que nos convoca alrededor de una mesa con los amigos, los ojos se salen de las órbitas ante la visón de una buena tarta de chocolate, nuestros oídos se abren cuando el vino suena en la copa, y el olfato es capaz de golpear en nuestra memoria para traernos el recuerdo de las papas fritas de nuestra abuela ¿Quién no se ha emocionado ante el crujir del pan recién hecho? y ¿no es cierto que podríamos seguir la ruta de ese olor que proviene de la cocina de uno de nuestros vecinos? Nada hay en nosotros que, de una u otra forma, no tenga que ver con la comida.
Los sentidos están presentes en nuestra vida cotidiana y, por supuesto, también en la gastronomía; pero si hay un sentido con una potente fuerza evocadora en todos los ámbitos de la vida, ése es el olfato al que, curiosamente, muchos tienen por el sentido más grosero. Sin embargo, yo diría que es el más íntimo, pues nos lleva afuera desde dentro.
Si cada ciudad tiene sus colores y sus olores, en Sevilla es imposible pasar por la calle Tetuán, en pleno centro, y no sentirse llevado de la mano—casi literalmente—al lugar de donde procede un maravilloso olor a adobo. Me refiero a la Bodega Blanco Cerrillo, aunque los habitantes de la ciudad la conocen sobradamente como “el bar del adobo” y no, de verdad, no estoy exagerando. Incluso si a la hora del tapeo te encuentras en la tercera planta de la Casa del Libro—en la que curiosamente se encuentra la sección de gastronomía—, lo más probable es que te asalte el olor a adobo y decidas bajar a probar… si hay sitio, porque a mediodía el bar se pone de bote en bote. Sé de buena tinta, nunca mejor dicho, que los libreros han luchado contra ese olor, pero han sufrido una derrota tras otra. La cosa, como decimos por el Sur, tiene su aquel.
Fue fundado por José Blanco Cerrillo en 1926 y desde entonces mantienen el negocio, aunque su tapa por excelencia aparece en la carta en 1963 y en la actualidad son más de 50 kilos de boquerones los que se fríen al día; por eso, pasemos a la hora que pasemos, el inconfundible olor a adobo nos guiará hasta sus puertas.
No esperéis nada complicado, pues os encontraréis con un bar de los de toda la vida: sencillo, con una barra detrás de la cual nos encontraremos con tres camareros sacados de otra época, y algunas mesas fuera, sin grandes alardes. Un lugar donde a media mañana o al final de la tarde, después de las compras o del paseo, puedes hacer una parada para disfrutar de una cerveza y la ansiada tapa de boquerones en adobo, aunque puedes pedir un poco de tortilla o alguna otra cosa.
Sin embargo, hay más lugares donde podemos tomar un adobo. La ciudad es larga y sólo mencionaré algunos de los más populares. En el barrio del Arenal, a la espalda de la Real Maestranza, podemos pedir un sabroso adobo (en este caso, cazón) en el Bar Pepe Hillo. En el Paseo de Colón, también muy cerca de la plaza de toros y junto al río, encontramos el bar La Pizarra donde nos servirán un riquísimo adobo con una presentación excelente. En Las Piletas, en la calle Marqués de Paradas, encontraremos también un sabroso adobo. No podemos perdernos, por supuesto, el Bar los Caracoles, en pleno centro, en la plaza de la Alfalfa. El adobo, lo digo para quien aún no se haya enterado, es una de las tapas señeras de la gastronomía Sevilla; quizás por eso, además de visitar los bares que he mencionado, será bueno pasear por las callejas y dejarse llevar por ese sentido que rara vez se equivoca: nuestro olfato.
Boquerones en adobo: sabrosos y bien fritos. Pocas cosas hay más agradables, porque los sitios de toda la vida, los que aprendimos a visitar con nuestros padres o con nuestros primeros amigos, no sólo forman parte de nuestras vidas, sino que también nos han enseñado a disfrutar porque We love Comida’s.
Maravilloso lo será para ti. Es muy desagradable que toda la calle huela a esa fritanga. ¡Qué digo la calle! Si estás comprando ropa en tiendas de al lado y la ropa huele a adobo!