Conocemos a los vegetarianos y a los veganos, que no comen productos de procedencia animal por respeto a su sufrimiento, pero ¿sabías que existe gente que cree que los alimentos que son arrancados de la tierra también sufren? Esto incluye por ejemplo las patatas, cebollas o zanahorias.
Son los conocidos como frugívoros: sólo comen aquello que no haya tenido que “sufrir” para saciar el hambre humana. Evidentemente descartan todo producto de origen animal, y además dan un paso más: si la naturaleza ofrece sus frutos dejándolos “caer”, ¿por qué arrancar de la tierra o comer las hojas o los árboles en sí? De este modo, entraría dentro de su lista de “comida” las frutas, los frutos secos o vegetales tales como la calabaza, el calabacín o el tomate.
Para ellos el frugivorismo es una alimentación que no exige destruir, y aunque el término es relativamente moderno para nuestra cultura occidental y varios estudios científicos han intentado demostrar que las plantas también sienten (aunque dejando bastantes dudas al respecto), lo cierto es que estas costumbres humanas no son tan modernas.
Culturas ancestrales creen que todo ser tiene un alma que siente, ya sean insectos, plantas o microorganismos, y que el deber del ser humano es respetar los sentimientos del resto de organismos. Así, los jainistas, una rama de la religión hindú, tiene como base dogmática la no-violencia extrema: evitar aplicar cualquier tipo de fuerza contra cualquier ser vivo, plantas incluidas.
Así, además de no incluir en su alimentación la carne, el pescado, los huevos o los productos lácteos (de la misma manera que no lo hacen los veganos), los seguidores del jainismo también excluyen de sus hábitos alimenticios las patatas, el ajo, la cebolla, las setas y hasta el agua no filtrada, esta última no tanto porque sea mala para el hombre sino porque puede contener en ella pequeños organismos vivos.
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