El Temple Bar es la zona más turística de Dublín. Aunque sus calles empedradas rezuman encanto, son ubicuos los grupos de estudiantes y turistas que buscan una experiencia de fiesta, música más o menos tradicional y celtismo de consumo. En este contexto no llama la atención la pequeña puertecita del Vintage Cocktail Club, (15, Crown Alley) tan sólo señalada mediante tres letritas metálicas. Pero dentro se esconde la cueva de Ali Babá de los amantes de los combinados. No sólo su decoración -con toques de boudoir victoriano- dividida en tres niveles, uno de los cuales se abre al cielo en las noches de verano, sino también por su carta. Oh, su carta…
Comencemos por lo que no hay en ella. Aunque el menú está dividido por épocas (hasta 1880, 1880-1920, post-prohibición y contemporáneos), no hay en ella Dry Martinis, Manhattans, o, dios no lo quiera, Mojitos de tres euros como los que se encuentran en los bares que hay dos pisos más abajo. Que el cóctel más “comercial” que pueda encontrarse sea el Moscow Mule, más que una declaración de intenciones, es una sonora bofetada a la banalidad. Porque si has llegado hasta aquí, probablemente ya conozcas los grandes éxitos de ayer y hoy. Esto no es primero de cócteles, y si estás dispuesto a ir más allá, tanto en precio como en atención, el VCC te dará lo que le pides. Pregunta a los camareros -conocen bien lo que sirven- o, mejor, si vas durante el fin de semana, reserva una de las mesas de la barra, y deja que los bartenders te cuenten cómo preparan los combinados.
La inmensa mayoría de los cordiales y amargos que se utilizan están hecho en el propio local, y existe la posibilidad de pedir los combinados en formato ponche, lo que los convierte en algo social y divertido de compartir. Entre los tesoros que sí pueden encontrarse entre sus propuestas estas reliquias históricas como el Knickerbocker Punch o el Navy Grog. Pero también propuestas de creación como el Dark Wizardry, un cóctel de frutas rojas ácido y especiado que viene a ser el Cosmopolitan que la bruja de Hansel y Gretel hubiera preparado de ser coctelera.
El VCC pertenece a los mismos propietarios que Peruke & Periwig (31, Dawson Lane), un bar con el que -en contraste- di por casualidad. Me llamaron la atención desde sus pequeños escaparates los cócteles embotellados y envejecides que se ofrecían. Por un momento pensé que era un establecimiento cerrado y que las botellas eran antiguas porque, a primera hora de la noche, en el bar sólo había dos bartenders. La decoración, como en el caso de su hermano mayor, es decididamente vintage. El Peruke es el bar del Periwig, en el piso superior, y lo que encontramos en él son versiones de los clásicos, con presentaciones imprevistas (como el Old Fashioned, ahumado, que se sirve en pequeños botellines) o ingredientes inesperados. Aquí todo dice “craft cocktails”, y aunque el subtexto hipster del enfoque es acusado, las copas se cuidan de verdad. Sólo después de pedir mi Ramos Flip -que no Fizz-, decorado con una cáscara de huevo, me di cuenta de la cita de Raymond Chandler que lo acompañaba en la carta: “Me gustan los bares cuando abren. Cuando el aire de dentro aún es fresco y limpio. La primera bebida de la noche en un bar tranquilo es maravillosa”. Más adecuado imposible.
Primo de estos dos bares es The Liquor Rooms (Wellington Quay), un local que comparte con sus parientes el aire retro, pero que está pensado para despachar un alto volumen de copas por noche (tiene varias barras y una zona con pista de baile). Y sin embargo, el establecimiento ha sido el primero de Irlanda en ser nominado a los prestigiosos Spirited Awards, que se conceden en el salón Tales of the Cocktail de Nueva Orleans. Aquí también impera el “hecho a mano”, y su manager, recién licenciado en hostelería y enamoradísimo de la mixología, me comenta que se incita a los bartenders a jugar cosas nuevas, porque la carta evoluciona constantemente. Su combinado, el Doc’s gigglewater (“el agua de la risa del doctor”) terriblemente fácil de beber, y absolutamente refrescante.
A primera vista, puede parecer una locura ir a Dublín y no centrarse en la cerveza o whiskey, que para algo son motivo de orgullo. Pero más allá del café irlandés y el Black Velvet (cerveza stout con espumoso) pocos cócteles llevaban el sello de la isla. Además de estos tres bares, muchos restaurantes y hoteles han apostado por los combinados. En alguno, estos merecen un lugar en la carta de postres, como en Fallon & Byrne, donde me sirvieron un Cheesecake hecho copa; o el hotel Marker, que ofrece en su azotea una perspectiva increíble sobre los rejuvenecidos muelles del Liffey y en el que tomé un delicioso Grand Canal Cooler sin alcohol. Y sí, la ciudad sigue contando con gloriosos pubs en los que no faltan las pintas bien tiradas, el whiskey sin turba y los literatos beodos. Porque mucho se ha escrito y se escribirá sobre -y mediante- la bebida en Irlanda, pero ahora ya no faltará inspiración en sus cócteles.
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