¿Quién está detrás de la comida?

Comemos varias veces al día. Vamos a restaurantes, al mercado, al super, tomamos una cerveza en un terraza, un café en cualquier bar, unos pinchos en una tasca… nos importa la comida, lo que bebemos, pero pocas veces paramos a pensar en esos que están “ahí detrás”. Los que cocinan, los que sirven, los que empaquetan, los que traen, lo que llevan… todas esas personas que trabajan alrededor de la comida y por los que casi nunca nos interesamos.

En Nueva York comen millones de personas al día, y aunque hay muchas listas de los lugares más recomendables para comer y beber en la ciudad, casi nada se ha escrito sobre los trabajadores que hacen posible que todos esos millones de personas coman a diario.

quien sirve la comidaTrabajadores como Francisco, mexicano que cruzó la frontera hace 10 años para buscarse un porvenir en Estados Unidos. Es originario de Puebla, como muchos de los mexicanos que trabajan en el sector servicios en Nueva York. Desde hace 7 años trabaja en Europan, un pequeño café a la altura de la calle 96, en el lado oeste de la parte alta de Manhattan donde se pueden comer bocadillos, ensaladas y pizza. Precisamente es a él a quien encuentras al lado del horno al fondo del local, metiendo y sacando pizzas.

“Antes de trabajar aquí comía pizza, ahora ya no. Sólo con olerlo todos los días ya me siento lleno”, y se ríe mientras mete en el gran horno que tiene a su espalda la cuarta pizza desde los últimos cinco minutos que llevamos hablando. Al final de la conversación habrán sido un total de 10.

“A mí me gusta mi comida, la de mi país. Me encanta los tacos y ¿sabes qué? Cuando salgo de trabajar muchas veces antes de volver a casa paro en el puesto que hay de tacos en la calle principal y me como dos o tres. Muchos de los trabajadores mexicanos de la zona hacemos eso, y nos reunimos ahí. Debes probarlos, porque los tacos de ese lugar están buenísimos. Aunque, ¿sabes lo mejor? Quienes los preparan no son mexicanos, sino ecuatorianos” y lanza otra carcajada.

Le gusta su trabajo pero, aunque no se queja directamente, le gustaría mejorar sus condiciones laborales. “Nosotros cobramos unos 12 o 13 dólares la hora, que no está mal, pero que es un precio más bajo porque somos indocumentados”. Mano de obra barata para un trabajo en el que no se pide cualificación y en el que acaban muchos de los que consiguieron cruzar la frontera.

quien sirve la comida

“La mayoría de los que hacemos pizza en Nueva York somos latinos”, reconoce Francisco. Sí, hay muchos latinos, aunque también mucha gente es de Bangladesh, como Abdul, que me pide usar este nombre ficticio porque no quiere que diga el suyo propio. También trabaja en una pizzería, aunque en el turno de noche y en el barrio del Soho.

La pizza de queso, la que cuesta un dólar, es la que más vende. Abdul dice que puede hacer hasta 30 pizzas por noche. “No me quejo, es fácil. Se cómo funciona el horno, es un trabajo muy sencillo”, cuenta mientras devoramos un trozo de pizza que él mismo acaba de hacer.

“Mi familia está en Bangladesh -sigue contando- Vine hace muchos años, demasiados ya, y hace tres volví a casarme. Allí están mi mujer y mi hija. Yo trabajo aquí para poder enviarles dinero allí”. La misma historia, la de tantos inmigrantes que buscan una vida mejor en la tierra del éxito que se supone que América es.

Tantos años cocinando una comida que nunca probó. “Nunca comí pizza. No me atrae. A mi me gusta la comida que se come en mi país. Con especias, picante. Esta pizza con queso me resulta muy sosa”. Aunque tampoco le extraña que esta comida “tan sosa” se venda tanto. Al trabajar por la noche, la mayoría de los restaurantes de alrededor ya están cerrados y son pocas las opciones de llevarse algo a la boca.

“A estas horas, ¿quién va a venir? Gente joven que sale de los bares de la calle de ahí arriba, tienen hambre, tras varias horas bebiendo. También vienen mendigos: ahora comienza el frío y por un dólar pueden dormir la noche con el estomago lleno”.

quien sirve la comida

Shalim pasa todo el día dentro de uno de los miles de carritos que venden perritos calientes en las calles de Manhattan. Él se encuentra muy cerca del Museo Metropolitan, y sabe que está en un buen lugar: sus clientes habituales son tanto gente que sale de las oficinas cercanas, como del Central Park, pasando por los que llevan varias horas contemplando el arte en el MET y quieren un perrito caliente para matar el gusanillo y seguir su camino visitando la ciudad.

Cuando nos acercamos a él dice ser mexicano. Fallo, no sabe que habla con una hispanohablante. Es evidente que no puede ni empezar una conversación en español. Entonces se le escapa la risa y dice que es indio aunque su fisionomía ya le delató desde el principio. Al final, tras un rato hablando, coge confianza, y acaba “confesando” que es de Bangladesh.

A la pregunta de si le gustan los perritos calientes, Shalim no puede ser más claro: abre la caja donde los guarda, coge una salchicha con una pinza metálica, la mira, me mira a mi y me dice “¿Tú crees que esto tiene buena pinta?”, se me escapa la risa. No, buena pinta desde luego que no tiene.

A Shalim lo que le gusta es la comida de su país. “El pescado hilsha con salsa de curry y arroz es mi comida favorita”. Y por suerte en Nueva York lo puede comer, no sólo porque a veces lo cocine en casa, sino porque en la zona de Queens donde vive hay muchos locales que ofrecen comida de Bangladesh.

Hace cinco años que llegó a Nueva York y desde el principio ha trabajado “detrás de una barra”. Primero como camarero en un restaurante italiano. “Ese trabajo sí que era malo, trabajaba muchas horas y cobraba muy poco”. Ahora trabaja menos y cobra más. Desde hace tres años sirve estos perritos que no le gustan nada y pichos de pollo para llevar. También refrescos y hasta hace café. “Mi jefe confía en mi, y como sabe que trabajo bien además del sueldo, cada semana me paga también un extra”. El dinero que gana va para sus gastos en Nueva York, una de las ciudades más caras para vivir, pero también para su familia, que sigue en Dhaka, capital de su país.

quien sirve la comida

A Chris Nueva York también le parece una ciudad muy cara “pero lo bueno es que después de trabajar, hay muchas opciones de ocio. He vivido en otras ciudades que son más baratas pero después de trabajar casi no hay nada que hacer”. Chris es mexicano, de Puebla, y lleva seis años viviendo en Estados Unidos.

Los últimos 5 meses se los ha pasado haciendo ensaladas tras la barra de un Peas & Pickles, un supermercado donde además se puede comprar comida hecha para llevar. Es un chico alegre, aunque cuando le pregunto por lo que cobra se le cambia la cara: “El sueldo… está ok… se puede vivir, pagar las rentas…” aunque no parece tan convencido. No se plantea volver de momento a México.

No se cansa de hacer ensaladas, porque dice que cada cliente la pide diferente. Además se lleva muy bien con su compadre, con quien se pasa las horas mano a mano tras la barra de este self-service de Brooklyn.

No puede disimular que su cara cambia al ver que un cliente le habla en español, aunque es casi imposible que eche de menos su lengua materna. Todos los que trabajan en su mismo lugar son latinos, como mucha de la gente que está sirviendo o preparando comida en Nueva York.

Y es que en los restaurantes low cost o comida rápida para llevar, se oye más español que inglés. Al entrar en un restaurante de comida de Surinam, cuando la dueña del local nos oye hablar, manda a la cocinera que salga a atendernos. “Hola. Si queréis os explico en español en qué consiste la comida”, contesta. Sólo un par de palabras basta para que sepa que nuestro acento no es latino, sino de España. Entonces aparece una sonrisa en su cara, se acerca y habla bajito: “Yo viví muchos años en España, en Galicia y luego en Valencia”. Dejó México, dejó España y ahora vive en EEUU. “Me salí de monja porque me enamoré y me casé”, y con timidez se vuelve a meter en la cocina, como si hubiese revelado un secreto y no quisiese quedarse a ver las caras de quienes lo acaba de escuchar.

quien sirve la comida

Y entre tanto extranjero, encontramos un local. Nick es estadounidense, y lleva 13 años trabajando en Bedford Cheese Shop, una tienda de quesos, porque le encanta. “Adoro el queso, es uno de los alicientes de trabajar aquí”. Dice haber probado casi todos “el 98% de los que se pueden vender en esta tienda”, de un total de 650, nos cuenta, y lo ha hecho por puro placer, pero también por deber “sino, cómo podría aconsejar a los clientes que vienen por aquí?”.

Le cuesta demasiado encontrar un queso favorito. “Depende sobre todo de la ocasión”. Un auténtico fan de este producto lácteo al que no le importa pasarse 8 horas al día entre los fuertes olores que emanan. “Me encanta el queso, es una de mis cosas favoritas de este mundo”, y su sonrisa delata que no está mintiendo.

Son todos los que están pero no están todos los que son. Miles de personas no se pueden concentrar en un sólo post, ellos son solo algunos ejemplos de gente que trabaja “al otro lado” y sin la que, siendo honestos, no podríamos degustar la comida que tanto nos gusta.


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